Hoy hace 126 años nació Clara Campoamor en el seno de una familia humilde.La temprana muerte de su padre hizo que tuviera que trabajar desde muy jóven para ayudar a la familia y pagarse sus estudios.Logró con muchísimo esfuerzo terminar la carrera de derecho.Formó parte del Partido Radical y fué diputada por Madrid. Para muchos una desconocida, pero fue la principal artífice del derecho a voto de la mujer en 1931.Tuvo que luchar incluso contra mujeres de su propio partido. Celebres son sus disquisiciones políticas con Victoria Kent. Según la visión de muchas mujeres del momento el dar el voto a la mujer haría retroceder el espíritu de la República .Ya que la mujer del momento era conservadora y muy influenciable por la Iglesia Católica.Como muchos españoles del momento tuvo que huir al exilio.Murió en Suiza , donde ejerció la abogacía, en 1972.
Es célebre su discurso ante el Congreso de Diputados el 1 de octubre de 1931.
Respecto a la serie de afirmaciones que se han hecho esta tarde contra el voto de la
mujer, he de decir, con toda la consideración necesaria, que no están apoyadas en la
realidad. Tomemos al azar algunas de ellas. ¿Que cuándo las mujeres se han levantado
para protestar de la guerra de Marruecos? Primero: ¿y por qué no los hombres?
Segundo: ¿quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que
las mujeres? ¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades del Ateneo, con
motivo del desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en mayor número que los
hombres?
¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la
República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las
mujeres por la República? ¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las
mujeres universitarias no está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres
obreras y universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la
otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los impuestos
para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los varones? ¿No refluye
sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se elabora aquí para los dos sexos,
pero solamente dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha
luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su
capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la
República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?
Pero, además, señores diputados, los que votasteis por la República, y a quienes os
votaron los republicanos, meditad un momento y decid si habéis votado solos, si os
votaron sólo los hombres. ¿Ha estado ausente del voto la mujer? Pues entonces, si
afirmáis que la mujer no influye para nada en la vida política del hombre, estáis fijaos
bien afirmando su personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos. ¿Y es en nombre
de esa personalidad, que con vuestra repulsa reconocéis y declaráis, por lo que cerráis
las puertas a la mujer en materia electoral? ¿Es que tenéis derecho a hacer eso? No;
tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el
derecho natural fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano, y lo que
hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no
podéis seguir detentándolo.
No se trata aquí esta cuestión desde el punto de vista del principio, que harto claro está,
y en vuestras conciencias repercute, que es un problema de ética, de pura ética
reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796,
se ha aceptado, en principio también, el postulado de que sólo aquel que no considere a
la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del
ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre. Y en el
Parlamento francés, en 1848, Victor Considerant se levantó para decir que una
Constitución que concede el voto al mendigo, al doméstico y al analfabeto que en
España existe no puede negárselo a la mujer. No es desde el punto de vista del
principio, es desde el temor que aquí se ha expuesto, fuera del ámbito del principio
cosa dolorosa para un abogado , como se puede venir a discutir el derecho de la
mujer a que sea reconocido en la Constitución el de sufragio. Y desde el punto de vista
práctico, utilitario, ¿de qué acusáis a la mujer? ¿Es de ignorancia? Pues yo no puedo,por enojosas que sean las estadísticas, dejar de referirme a un estudio del señor
Luzuriaga acerca del analfabetismo en España.
Hace él un estudio cíclico desde 1868 hasta el año 1910, nada más, porque las
estadísticas van muy lentamente y no hay en España otras. ¿Y sabéis lo que dice esa
estadística? Pues dice que, tomando los números globales en el ciclo de 1860 a 1910, se
observa que mientras el número total de analfabetos varones, lejos de disminuir, ha
aumentado en 73.082, el de la mujer analfabeta ha disminuido en 48.098; y refiriéndose
a la proporcionalidad del analfabetismo en la población global, la disminución en los
varones es sólo de 12,7 por cien, en tanto que en las hembras es del 20,2 por cien. Esto
quiere decir simplemente que la disminución del analfabetismo es más rápida en las
mujeres que en los hombres y que de continuar ese proceso de disminución en los dos
sexos, no sólo llegarán a alcanzar las mujeres el grado de cultura elemental de los
hombres, sino que lo sobrepasarán. Eso en 1910. Y desde 1910 ha seguido la curva
ascendente, y la mujer, hoy día, es menos analfabeta que el varón. No es, pues, desde el
punto de vista de la ignorancia desde el que se puede negar a la mujer la entrada en la
obtención de este derecho.
Otra cosa, además, al varón que ha de votar. No olvidéis que no sois hijos de varón tan
sólo, sino que se reúne en vosotros el producto de los dos sexos. En ausencia mía y
leyendo el diario de sesiones, pude ver en él que un doctor hablaba aquí de que no había
ecuación posible y, con espíritu heredado de Moebius y Aristóteles, declaraba la
incapacidad de la mujer.
A eso, un solo argumento: aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad
femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes
represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de
sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes
de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos
seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros.
Desconocer esto es negar la realidad evidente. Negadlo si queréis; sois libres de ello,
pero sólo en virtud de un derecho que habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por
su claridad y no con espíritu agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos
las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer.
Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un
profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera
y confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la
revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al
derecho y no hay sino que empujarla a que siga su camino.
No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura;
no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el
comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas
consecuencias. Salváis a la República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos
esa fuerza que espera ansiosa el momento de su redención.
Cada uno habla en virtud de una experiencia y yo os hablo en nombre de la mía propia.
Yo soy diputado por la provincia de Madrid; la he recorrido, no sólo en cumplimiento
de mi deber, sino por cariño, y muchas veces, siempre, he visto que a los actos públicos
acudía una concurrencia femenina muy superior a la masculina, y he visto en los ojos de
esas mujeres la esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la República, he
visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales. La mujer española espera hoy de
la República la redención suya y la redención del hijo. No cometáis un error histórico
que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar; que no tendréis nunca bastante
tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una
fuerza nueva, una fuerza joven; que ha sido simpatía y apoyo para los hombres que
estaban en las cárceles; que ha sufrido en muchos casos como vosotros mismos, y que
está anhelante, aplicándose a sí misma la frase de Humboldt de que la única manera de
madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar
dentro de ella.
Señores diputados, he pronunciado mis últimas palabras en este debate. Perdonadme si
os molesté, considero que es mi convicción la que habla; que ante un ideal lo defendería
hasta la muerte; que pondría, como dije ayer, la cabeza y el corazón en el platillo de la
balanza, de igual modo Breno colocó su espada, para que se inclinara en favor del voto
de la mujer, y que además sigo pensando, y no por vanidad, sino por íntima convicción,
que nadie como yo sirve en estos momentos a la República española.
La asociación Matritense de Mujeres Universitarias nos recuerda que el no. 20 de su colección de biografías de su editorial EILA corresponde a esta gran mujer
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