Clarice Lispector tenía solo 19 años cuando escribió Cerca del corazón salvaje, publicada en 1943. Con esa novela obtuvo el Premio de la Fundación Graça Aranha y se colocó en el punto de mira de la intelectualidad brasileña como una joven promesa. No defraudó. Muy pronto se consolidó como uno de los referentes de la renovación de las letras brasileñas.
Lispector había nacido en una pequeña aldea de Ucrania (Chechelnik) el 10 de diciembre de 1920, pero podría haberlo hecho en cualquier otro sitio en la larga huida de su familia judía de clase media y culta desde Rusia hacia el otro lado del Atlántico. En Brasil, cambiaron sus nombres: en el caso de Clarice, este sustituyó a Haia, del mismo que en distintas ocasiones sus seudónimos –Tereza Quadros, Helen Palmer o Ilka Soares (nombre de una famosa actriz brasileña)– sustituyeron a Clarice.
La familia, que pasó apuros económicos, se estableció primero en Maceió, luego en Recife y por fin –ya huérfana de madre– en Río. Acompañando al diplomático Maury Gurgel Valente –a quien conoció mientras estudiaba Derecho y con quien se casó en 1943–, Lispector viajó mucho: Nápoles, Berna, Torquay, Washinghton... Tras el divorcio en 1959 volvió a establecerse en Río y regresó a cierta precariedad económica que salvó con sus colaboraciones en prensa.
Autora de novelas, relatos, literatura infantil, traducciones, correspondencia, poemas, artículos de prensa, fotografías, pinturas…, Lispector escribió siempre: a los siete años ya mandaba historias a un suplemento infantil (que no los aceptaba porque no narraba como lo hacían los otros textos infantiles, sino que se centraba en emociones) y con 16 publicaba en periódicos y revistas, lo que continuó haciendo hasta pocos meses antes de su muerte, el 9 de diciembre de 1977, víctima de un cáncer de ovarios.
Algunas de sus crónicas y artículos periodísticos pueden leerse gozosamente como píldoras biográficas en las que comparte excursiones infantiles, anécdotas del colegio, conversaciones con taxistas, su curiosa relación con sus máquinas de escribir o su sentimiento de culpabilidad por no haber salvado a su madre (esta padecía una enfermedad y en aquella época se creía, de forma supersticiosa, que podía curarse si se tenía un hijo, no fue así). También explica por qué estudió Derecho (para reformar las cárceles de Brasil); deja entrever su fracaso matrimonial; comenta conversaciones con sus dos hijos, sus lecturas (Monteiro Lobato, Herman Hesse, Eça de Queirós…), sus viajes, su solidaridad con los revolucionarios; alude al accidente por el que casi perdió la mano derecha –un incendio– y que influyó en su estado de ánimo, e hilvana reflexiones sobre la escritura, la educación, asuntos domésticos, de belleza, emociones…
Ella, una persona muy secreta como se tildó una vez, que todos reconocen como misteriosa y enigmática, se desnudó a través de su obra: como indica el escritor estadounidense Benjamín Moser, esta se convierte en la mayor autobiografía espiritual del siglo XX. En sus escritos –de ficción o no– vuelca sus tormentos, angustias, su meditación sobre el acto de escribir o su forma de rebelarse ante la domesticación de la mujer, sus interrogantes sobre la identidad femenina, la soledad o la comunicación.
Es la editorial Siruela la que ha traído al castellano la mayor parte de sus obras, en una estupenda Biblioteca Clarice Lispector: Sólo para mujeres, La lámpara, La ciudad sitiada, La manzana en la oscuridad, La hora de la estrella, Agua vida, La pasión según G. H., Un soplo de vida…, sus cuentos y artículos, las cartas que envió a sus hermanas entre 1940 y 1957… Además, ha publicado la estupenda biografía de Lispector de Benjamin Moser (Por qué este mundo, con traducción de Cristina Sánchez-Andrade) y un libro editado por Teresa Montero y Lícia Manzo y traducido por Elena Losada (Donde se enseñará a ser feliz y otros escritos) que recoge textos de Lispector de distintas etapas de su vida, una entrevista, conferencias…. y que dibuja un perfil fragmentario en el que se reconoce «la mirada sensible, singular y feroz de la mujer y creadora que, tantas veces sola, caminó al frente de su tiempo», como apuntan las editoras. La editorial Nórdica, por su parte, celebró el aniversario del nacimiento de la escritora con la publicación de De Natura Florum, un herbario en prosa que Lispector publicó por primera vez en 1971 en Jornal do Brasil y que ahora se recupera con la traducción de Alejandro G. Schnetzer y unos maravillosos dibujos de Elena Odriozola.
La princesa del idioma portugués –en palabras de Moser–; hablaba esa lengua con cierto acento extranjero (había sido criada en yiddish y tenía un leve problema de dicción) y la manejó de forma innovadora y rompedora, con una narrativa espléndida no tanto para contar historias sino –tal y como cree el escritor Edmundo Paz Soldán–, para reflejar la repercusión de lo que ocurría en la subjetividad del personaje.
Creadora de grandísimos personajes femeninos, muchos la trataron como un personaje, como una leyenda. De ella se hizo un mito y hoy en Brasil, cien años después de su nacimiento, sigue siendo venerada, estudiada y leída. Incluso más leída que cuando estaba viva y el hermetismo, la extrañeza y la complejidad de sus textos constituyeron para muchos una barrera para ahondar en sus libros de narrativa existencialista, profunda reflexión e introspección psicológica. Aclamada y mitificada por la crítica desde muy pronto por sus libros, fueron las crónicas en el Jornal do Brasil las que ampliaron su popularidad.
En uno de sus artículos periodísticos (“Lo que yo querría haber sido”), ella se respondió a la pregunta ¿qué he acabado siendo yo? «He acabado siendo una persona que busca lo que se siente profundamente y usa la palabra que lo exprese». Concluyó escribiendo «Es poco, es muy poco». En eso, en tacharlo de poco, se equivocó.