El pasado lunes 23 de abril tuvimos nuestra
tertulia literaria, en la cual dialogamos y debatimos sobre el libro de la
estadounidense Elizabeth Strout, Me llamo Lucy Barton.
Me llamo Lucy Barton es un libro de estilo
simple, claro, honesto, directo, pero como señalaron algunas de las presentes
muchas veces lo sencillo llega después de un gran trabajo. Una obra que nos
habla de la búsqueda de amor, pero también de la soledad, de las carencias, del
triunfo, de los logros y de la igualdad de oportunidades.
La protagonista, escritora nacida en un
pequeño pueblo de Illinois, en Estados Unidos, narra las conversaciones que
tuvo con su madre durante cinco días mientras estaba ingresada en un hospital
de New York. Conversaciones con mucho de cotilleo y poca profundidad, en las
que comentan sobre conocidos y familiares, pero siempre con el mensaje latente
por parte de la madre de lo mal que les ha ido a algunas mujeres que tal vez
ambicionaron demasiado o salieron de los patrones establecidos. ¿Una
advertencia de lo que podría sucederle a Lucy?
Lucy se nos presenta como un personaje poco
complicado, alguien que tiene en claro
sus objetivos, es una superviviente, una mujer que a pesar de provenir de una
familia marcadamente disfuncional, con grandes carencias de todo tipo
(económicas, culturales, afectivas) puede triunfar.
Cinco días en el hospital con su madre, que
acude tal vez a cuidarla o hacerle compañía, podrían haber dado lugar a reproches
o recriminaciones, pero hay sin embargo por parte de la protagonista una
aceptación de cómo es su madre, esa madre que no puede o no es capaz de decir a
su hija, te quiero.
Lucy es una individualista, su individualismo la hace grande, habla con la
madre y la perdona, continúa el vínculo con sus hermanos de una forma
práctica, llamándoles por teléfono o enviándoles
dinero, sin remordimientos. Del mismo modo que no acepta el dinero de su
marido, por el origen nazi del mismo. Pero Lucy necesita el amor o el afecto de
los terceros, como el médico que la atiende en el hospital o su vecino Jeremy.
En este punto es donde nos preguntamos cómo
manifiesta ella sus sentimientos, cómo expresa su amor, a veces parecería que
tiene una extraña forma de amar, o no. Ama profundamente a sus hijas, pero no
vacila en irse de su casa para seguir su propio camino. Criada en el frío
físico y afectivo, llena de carencias, ¿puede rodearse de calidez? Por ello una
de las presentes manifestó que no vio ningún rasgo de amor en Lucy, como
tampoco en una sociedad que se presenta como fría y distante.
Mucho se habló también de los valores de su
familia de origen, que aunque casi marginales son WASPs (white anglo saxon
protestants) con antepasados llegados a Estados Unidos hace siglos, y si esa
manera de expresar sentimientos por parte de Lucy, de su madre y del resto de
la familia, está o no relacionada con el protestantismo. Una de nuestras
socias, que procede de una cultura luterana, opinó que más que una cuestión de
religión es un tema de cómo funciona la sociedad en un lugar y en un momento
dado, que lo que le sucedió a Lucy bien podría haber ocurrido en otras
sociedades. Pero también podría ser una mezcla de religión y de exclusión
social.
Muy interesante resulta el contexto y los
lugares, cómo Strout nos sitúa en dos mundos casi antagónicos, el pueblo de
Amgash en Illinois, donde transcurre la infancia y adolescencia de la
protagonista, y la sofisticada Manhattan, con ese emblemático edificio Chrysler
y la escultura de Carpeaux en el Metropolitan Museum.
De alguna manera Amgash nos trajo a la
memoria la película Nebraska y esa “basura blanca” (white trash), que es la
esencia de la familia Barton, tan vilipendiada por quienes han podido salir de
ese entorno o que nunca han pertenecido a él. El desprecio de los que no lo son
queda manifiesto en la expresión de la suegra cuando dice que “Lucy viene de la nada”. Duro… ¿puede
en ese contexto de pobreza y abusos de todo tipo existir cierto tipo de amor,
un amor difícil, peculiar?
También se habló de la relación que Lucy
tiene con su padre y esa aterradora escena en que es encerrada en una
furgoneta. ¿Qué es “la cosa” a la que ella se refiere? ¿Es una víbora o tal vez
un abuso sexual? ¿Por qué su recuerdo recurrente de la mano del padre en su
nuca? La pregunta quedó flotando.
Si bien el libro en general gustó mucho
hubo también quienes consideraron que el
libro es demasiado “americano”, que refleja valores y situaciones muy alejadas
de las nuestras, que nos presenta una sociedad fría e indiferente al amor y los
afectos.
En resumen una larga y muy interesante
tertulia sobre un buen libro, que no nos dejó indiferentes.