Grafismos líricos: los dibujos abstractos de Federico García Lorca JOSÉ LUIS PLAZA CHILLÓN //
Articulo publicado en ASTROLABIUMA continuación una pequeña muestra de lo que será nuestro curso dedicado a García Lorca e impartido por José Luis Plaza Chillón.
Cuando más intensas se estaban volviendo
las relaciones entre poesía y pintura, una vez derrumbadas las
fronteras conceptuales que separaban ambas artes en fechas (1925-1928)
en las que Salvador Dalí exaltaba a Picasso como el mayor poeta
existente, García Lorca empieza a crear y a concebir poemas lineales, o
sea, dibujos que se definen como poemas que podríamos denominar: “puras
abstracciones líricas”. Dalí se muestra contentísimo de que al poeta
granadino le entusiasme Miró, e insiste en que los únicos poetas nuevos
son los pintores; cuarenta años después de la muerte de Lorca, Miró le
correspondería en estas palabras: Los dibujos de Lorca me parecen obra de un poeta, que es el mejor elogio que puedo hacer a toda expresión plástica.
Dalí, Miró y también Picasso habían
considerado a los pintores modernos como auténticos poetas. Los dos
primeros se refirieron a Lorca de esa manera, y así sería corroborado
por el pintor uruguayo Rafael Pérez Barradas -uno de los grandes
animadores de la vanguardia en España, pilar fundamental en la formación
teórico-plástica de Federico-. En esos mismos años, y con motivo de la
única exposición individual que el de Fuente Vaqueros inauguraría en las
vanguardistas galerías Dalmau de Barcelona, el crítico Sebastià Gasch
habla de sus dibujos como “plástico-poéticos”, adscribiéndolos a un
nuevo “ismo” o tendencia surgida en 1926, que él mismo define primero y
de acuerdo con la crítica francesa, como “pintura-poética”, y más tarde
“totalismo”: posición plástica en la que el catalán afirma que se
encuentran los mejores renovadores españoles y parte de la pintura
europea. En 1926, Lorca habla de “sobrerrealismo”, y se interpreta como
si apareciera un nuevo “ismo” cuando Gasch habla de “totalismo”; en esta
nueva tendencia Gasch da un papel de importancia al surrealismo en lo
que tiene de exaltación del lirismo, la subjetividad y la imaginación.
Lorca se esfuerza en su producción
plástica, escribe sobre pintura y adopta actitudes vanguardistas. Tiene
ante sí el problema de dar continuidad artística a su producción
plástica, que desde sus orígenes va articulándose en dos líneas: de un
lado, la calificada por Dalí como “popular-infantilista”, y de otro, lo
que de modo “antiartístico” o espontáneo lo situaba en el ámbito de la
pintura moderna. Ambas tradiciones se mantendrán a pesar de la constante
negación por parte del granadino, y podemos afirmar que el acercamiento
al surrealismo fue inmediato. Ciertamente, muchas soluciones gráficas
del poeta vienen a coincidir con las de algunos surrealistas iniciales,
especialmente André Masson y también un cierto “aire Miró”, cuando el
poeta describe la técnica con que elabora sus dibujos, ese “abandonar la
mano”, como recurso de espontaneidad, o el reclamo a la inmediatez,
sumamente cercano a los dictados del automatismo. Lorca se niega a
adscribirse a la órbita del surrealismo -tal vez el propio movimiento no
es lo suficientemente explícito en sus determinaciones para la
creación, especialmente en el terreno de las artes plásticas-, se
desliga de él; incluso cuando habla de Miró, su pintor preferido, rara
vez lo hace adscribiéndose a las requisitorias del grupo.
Federico comienza a plantearse las
exigencias de una moderna representación espacial, de una elaboración
puramente intelectual con el claro sentido de una nueva escritura
reflejada ejemplarmente en los todavía bastante desconocidos Poemas en prosa,
buscando una plena autonomía de la obra cerrada, con aportaciones que
en muchos casos eran una rareza o no existían en el panorama artístico
español de finales de la década de los veinte e, incluso, con la llegada
de la II República. Era un lenguaje muy poco difundido cuando no
rechazado. Sin embargo, Federico lo señala y lo utiliza como una
posibilidad de expresión, como un auténtico lenguaje propio; por eso,
matiza en más de una ocasión su alejamiento de la deshumanización del
arte, sus dibujos son “humanísimos porque casi todos van a dar con su
flechita en el corazón”. Él mismo se sentía horrorizado de la pintura
llamada “directa”: “que no es sino una angustiosa lucha con las formas
en las que el pintor sale siempre vencido y la obra muerta. En estas
abstracciones mías veo yo realidad creada que se une con la realidad que
nos rodea…, hay que unir la abstracción”, decía el artista andaluz.
Los dibujos, como su poesía,
son “puros”; Federico se muestra en estos momentos más complejo y
enigmático que nunca, probablemente llevado por el impulso también del
“puro instinto”, aunque sin desdeñar el carácter gnoseológico de la
mayoría de las creaciones plásticas que desarrolla en estos momentos en
los que compone a la vez los enigmáticos “poemas en prosa”, las “Odas” o
las significativas conferencias sobre Góngora, Soto de Rojas y la
pintura moderna. Aunque parece cierto que en Federico no hay una
expresiva preocupación por la técnica, sí parece evidente, que hay
momentos en que siente un especial fijación por determinadas estéticas:
desde la inspiración cubista que destilaban los dibujos expuestos en
Dalmau, donde procedía con superposiciones, transparencias e
interferencias de planos, llegando al rigor geométrico y al uso de los
colores con carácter ornamental, hasta las composiciones que podrían
definirse como “surrealistas”, no sólo por la temática y trasfondo
metafórico de alguna de ellas, sino por los recursos específicamente
plásticos utilizados, como la desproporción o el alargamiento de líneas,
multiplicándose o invadiendo el espacio pictórico; o también el
frecuente desdoblamiento de muchos personajes, figuras o miembros
dibujados del cuerpo, sobre todo los rostros -máscaras- que sueñan una
ambigua realidad, un mundo que preludia la tragedia de los dibujos
realizados en Nueva York. Es difícil establecer una precisión e incluso
una cronología, ya que coexisten en una misma época dibujos poéticos
dispares, cuando no contradictorios; pero es verdad que hay una gran
mayoría de dibujos realizados entre los años 1926 y 1928 que se van
definiendo cada vez hacia un proceso de estilización mayor, tendiendo,
en ocasiones, hacia la abstracción, fruto de la reflexión estética
vinculada estrechamente a su labor poética y crítica, adaptándose a un
concepto de arte que hemos denominado como “puro” y creando, por tanto,
unos dibujos que calificaríamos también como “puros”, y como señalaba
certeramente Marie Laffranque, “son arte de la vida”.
Precisamente, el fenómeno
primario y fundamental que prepara el arte “moderno” o de vanguardia es
el afán del arte y de todos los artistas de llegar a ser totalmente
“puros”, pero tal vez, se trate de un concepto algo autárquico o
autónomo, tendiendo hacia lo absoluto; encerrando las consideraciones
acerca de ese afán de pureza incondicional y su propio desligamiento,
tal y como apuntaba Seldmayr, uno de los teóricos fundamentales del
“arte nuevo”. El acercamiento lorquiano a la pureza pictórica, al igual
que en otros artistas de la vanguardia, supone un rechazo a lo tectónico
o “perspectívico”, acercándose más a la imaginación frente a la pura
percepción, al menos en alguno de los dibujos a los que nos vamos a
referir; por ello, sólo se impondrán sus creaciones plásticas cuando la
imagen renuncie a describir el mundo “real”, tal y como aparece ante
nuestros ojos. Tanto en dichas composiciones como en las que tenderán
hacia una destrucción figurada, Lorca imprime una serie de significados
intencionados, que en la mayoría de los casos no son objetivos y
universalmente aceptados, sino que serán solamente válidos para la
fantasía subjetiva del creador, buscando ese ámbito indeterminado donde
subvertir las leyes y constituyendo de esa manera un valor para su
propio arte, como arte en sí mismo; aunque a veces esta indeterminación
pueda constituir un inconveniente para la comprensión última de su
significado. Estos dibujos, al igual que gran parte de la obra de Klee o
Kandinsky, no se puede considerar como pintura totalmente “figurativa”,
o sea, pintura realmente “pura”, sino como un caso límite entre el arte
figurativo y no figurativo, y es precisamente en estos confines donde
han surgido la mayor parte de las obras realmente significativas y
“humanas” de la pintura abstracta. Recordemos el calificativo de
“humanísimos” que Lorca imprimiría a sus dibujos, que por otra parte,
rehúyen del ornamento, de la simple decoración, ya que esta variedad
artística no era considerada “pura” absolutamente; sin embargo cada uno
de los dibujos lorquianos, sí, puede considerarse una obra “pura” y
única por sí misma, y a todos los une el mismo vínculo espiritual que es
posible contemplar en otras obras de similar calado.
Contraponiéndose a todo esto, el
surrealismo sería considerado, por tanto, como arte intencionadamente
“impuro” en sentido formal, no iconográfico, ya que no abandona la
plástica de la imagen ni de los objetos donde se mezclan todas las
esferas de la existencia, imponiéndose quiméricamente la norma.
Precisamente Lorca teoriza sobre esta idea en su famoso “Sketch de la
nueva pintura”, cuando habla de “materia pura, forma pura y color puro”,
considerando ante todo a la pintura libre y “elevada al rango
espiritual de las artes que se bastan a sí mismas y que desviadas de
todo agente exterior emplean todas las resonancias en profundidad”. Por
ello, esta afición de Federico a la línea cada vez más larga y sinuosa,
que caracteriza a gran parte de sus dibujos, y que podría relacionarse
también con una poética tan cercana y vital -a la vez que ancestral y
heterodoxa-, se trataba de la propia escritura y caligrafía de raigambre
coránica que adornaban las hermosas paredes de los amados palacios
nazaríes de la Alhambra y que desempeñaban un doble papel: como
transmisoras de un mensaje sagrado y como puro ornamento, esto, en
cierto modo, se patentiza en sus dibujos, sobre todo en las firmas y
dedicatorias, además de algunas de las ilustraciones que realizaría de
sus propias obras literarias; cumpliendo así el doble papel de la firma
funcional con el metafórico dibujo decorativo.
Parece inevitable, en Lorca, una
evolución hacia una abstracción total en sus creaciones “pictóricas”,
pero no como un fin en sí mismo, sino como una búsqueda inspirativa de
esa “evasión” que estaba buscando, negando el especio pluridimensional,
estilizando al máximo las formas representadas: personajes, miembros,
rostros, venas; en definitiva, “fisiología pura” -abundante, por otra
parte, en sus “poemas en prosa”-, aunque depurada. Logrará la evasión
por distintos medios: el sueño, el subconsciente o los dones de la
inspiración, y puesto que Lorca niega el surrealismo como motivo
creador, observamos en éste el medio elegido -sustituto del surrealismo,
pero con la misma fuerza estética-; así, lo va señalando en distintas
ocasiones, como en la célebre conferencia que con el título de
“Imaginación, inspiración y evasión”, que fue publicada sólo en resumen
en el diario El Defensor de Granada, donde defiende la
inspiración como un modo de misticismo moderno, ya que de esta forma se
puede expresar lo inexpresable, alejándose conceptualmente de Dalí -en
estos años de temas compartidos-, porque para el catalán todo es creado
de la nada, mientras que él parte siempre de una base real, aunque sea
mínima; es por eso que los “poemas en prosa” tienen todos, aunque sea,
un pequeño argumento, por tanto los dibujos nunca llegan a una
abstracción total, hay siempre una conexión con lo real aunque sea sólo
mediante una pequeña anécdota, y a partir de ahí buscar la máxima
expresión, porque como escribiría el propio Lorca: “un soneto no
representa nada más que un soneto, y una silla, sólo representa una
silla. ¿Pero qué dice? ¿Qué expresa? Eso es ya otra cosa”. Esa es la
otra cosa que se desliga del control lógico, porque un dibujo es tinta y
papel, escritura iconográfica que, en Federico en estos momentos, es
ajena a la lógica racional, gobernada por la inspiración que terminará
creando imágenes ligadas a lo más profundo de su creador, tomando
conciencia plenamente de ellas y por último ajustándolas plásticamente.
Esta es, tal vez, la razón por la que los dibujos sólo alcanzarán pleno
significado en el contexto global de todo el ciclo, o sea, aquellos que
definimos estéticamente dentro de la lógica poética de los mismos y,
desde luego, alejados del automatismo psíquico bretoniano; en
definitiva, fuera del inconsciente surrealista aunque sin alejarse
demasiado, además de manifestar en alguno de ellos un agitado y
“violento” expresionismo. Ya lo advertía el poeta-dibujante: “No es
surrealismo, ¡ojo!, la conciencia más clara los ilumina”, cuando se
refería a sus “poemas en prosa”: Nadadora sumergida y Suicidio en Alejandría,
acompañados ambos de sendos dibujos que suponían la plasmación gráfica
del complejo entramado de reflexiones y propuestas que confluyen en los
inconclusos “poemas en prosa”. Ambos poemas y dibujos culminan el
complejo entramado estético que Dalí y Lorca habían iniciado dos años
atrás, no en vano, el ampurdanés también publicó en el mismo número un
sugerente poema en prosa, cuyo título, Pez perseguido por un racimo de uvas,
no es casual, ya que Dalí era el redactor jefe de la revista. Además,
se advierten coincidencias entre los tres textos: escenarios de playa,
tono irónico, alusiones al whisky o el deseo de los objetos a
experimentar metamorfosis. Los dos dibujos publicados en la revista
barcelonesa desprenden una profunda complejidad, al igual que los
poemas; en ambas representaciones -plásticas y literarias- hay
constantes alusiones al universo daliniano, manifestado en estos
momentos como un mundo contradictorio y casi esquizofrénico,
estéticamente hablando.
Lorca domina con talento determinados
conceptos plásticos, desde el espacio pictórico colorista de sus dibujos
escenográficos pensados para la puesta en escena de obras teatrales, a
la más pura sensibilidad de la línea, donde no había lugar para
rectificaciones, ni dudas, donde la expresividad responde a un deseo
claro y personalísimo criterio estético. Sus dibujos no son
divertimento, no responden al ocio absurdo del aburrimiento, sus dibujos
trascienden la realidad para convertirse en algo más profundo y sabio;
salen de la manos pero llegan al intelecto, por eso, quizá, produzca
cierto desconcierto la contemplación de algunos de ellos, y me refiero a
los que el propio poeta cita en la carta enviada a su amigo Sebastiá
Gasch: Torero sevillano, Sirena o Brisa de mar.
Existen, no obstante, más dibujos trazados con estas mismas
características, si repasamos detenidamente su “corpus” plástico. Nos
hace pensar, Federico, porque su invención, a veces, nos descoloca y
cuesta buscarle escuela, tendencia, movimiento o corriente estética,
llevando sus propuestas hasta la conceptualización del arte. Esta
insistencia en los esquematismos y enmañaramientos lineales “puros”
retornan inconscientemente a las sinuosidades y entrecruzamientos del
arte parietal prehistórico, a los elementos orientales del arte musulmán
-como apuntó acertadamente Dalí- o se sitúan en la línea de los ensayos
renovadores de Kandinsky o Klee. Estos dibujos responden al concepto
universal del “espíritu abstracto” que ha perdurado a lo largo del
tiempo, que no se limita a obras enteramente carentes de figuración,
sino a una acepción mucho más amplia que culmina en el siglo XX con la
denominada esquematización intensa o semiabstracción. Sin embargo, esta
expresión lorquiana no se opone dialécticamente al mundo real y
existente; sus dibujos van más allá de la visibilización de la energía,
de los ritmos, del orden o el desorden, porque son “humanísimos y llegan
al corazón”. Sus grafismos se alejan de las relaciones entre el ritmo
abstracto y el ornamento, aunque inclinándose más sobre el primero.
Estas creaciones lorquianas no son decorativas, ni gratuitas, como no lo
son sus poemas, dramas o partituras musicales; proyectan una vida
estética y simbólica que parece salir del inconsciente para convertirse
en real, emanando sensibilidad y abstracción espiritual, que quizá
esconda una tragedia mucho más profunda, difícil de mostrar en los
vericuetos del naturalismo. La abstracción o “semibiabstracción”
lorquiana, al igual que la que practicaron algunos artistas
contemporáneos admirados por el poeta, como Kandinsky o Malevitch,
profundiza en la práctica del arte no figurativo, tanto en teoría como
en ideología. “Proximidad profunda a la naturaleza” en Kandinsky o
reacción mística nihilista en Malevitch; ello explica la abstracción del
siglo XX, que culminaría con Mondrian y su búsqueda de lo intemporal,
de la “realidad pura”, expresándose con elementos puros. Por eso, el
lorquiano Sketch de la nueva pintura refleja un profundo
conocimiento y la gran preocupación por su propia formación como artista
plástico de vanguardia, y no duda en pronunciar palabras que pueden
considerarse toda una sentencia: “…Ya la pintura es libre y está elevada
al rango espiritual de las artes que se bastan a sí mismas y que
desviadas de todo agente exterior emplean todas sus resonancias en
profundidad”.
En ocasiones, como señalaba el
pintor José Caballero -amigo del poeta-, el abstraccionismo del
granadino llega a cotas inusitadas que rozan, a veces, el gesto
pictórico expresionista que los neoyorquinos o los informalistas
europeos practicaron después de la segunda guerra mundial, coincidiendo
de alguna manera en conceptos de trazos verticales violentos, entramados
y casi rupturas de lienzos muy similares a los realizados por Hans
Hartung treinta años después, como sucede en el dibujo Bosque sexual (1932), que probablemente Federico enviara a José Bergamín para su inclusión como ilustración gráfica de la primera edición de Poeta en Nueva York,
y que finalmente se insertó en la primigenia edición mexicana de
“Séneca” (1940). Lorca realiza de manera gestual, con este dibujo, un
auténtico “poema gráfico” que va más allá del expresionismo, provocando
un auténtico vitalismo en los trazos verticales que simulan estilizadas
figuras femeninas y masculinas definidas por su sexo, sobre todo, en las
segundas, que se asemejan a una fantasiosa “eyaculación”, superponiendo
y ocultando elementos fisiológicos como labios y ojos que se ocultan
besándose, observándose y vigilándose entre las marcadas líneas
abstractas; unas líneas trazadas que, a modo de máscara, ocultan el
verdadero rostro del poeta que se esconde -como si de un “voyeur” se
tratara- en el enmarañado “bosque sexual”, donde puede ocultar sin
peligro a ser descubierto su verdadero placer, un bosque que sirve a la
vez como cortina castradora de la auténtica verdad: la neoyorquina
“verdad de las sepulturas”. Similares a éste son los dibujos, Parque (1935-36) o Parque de la línea envolvente
(1935-36), ambos cargados de elementos realistas, como ramajes o gotas
de agua, aunque sin desligarse de la envolvente abstracción que los
domina, en una línea muy “mironiana”, sugiriendo en el principio y en el
fin de la misma ciertas connotaciones sexuales que no acaban de
concluir.
Lorca y Miró confluirán estéticamente en
planteamientos similares; poesía, pintura y música convergerán en una
suerte de sinestesia que dará lugar a algunos de los hallazgos plásticos
más singulares de ambos artistas. Pero esto lo dejaré para otra
ocasión.
b
Una maravilla de entrada y de intelectual, me refiero a José Luís porque Lorca era un genio
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