martes, 23 de enero de 2018

“Cuando Fuimos Huérfanos” de Kasúo Ishiguro, análisis AMUM


Resultado de imagen de cuando fuimos huerfanos    Este año hemos empezado nuestras tertulias con un Premio Nóbel, esta vez un británico de origen japonés que ha puesto a prueba nuestra flexibilidad ficcionaria, nuestro sentido del humor, nuestra mochila literaria y nuestro fuelle cinematográfico. A la par, nos ha servido una obra que lidia con la identidad, la verdad, la realidad, la subjetividad, el tiempo, la memoria, los anclajes del humano, la historia, la política internacional y la capacidad crítica.

    Por más que todas las tertulianas pudimos leer con cierta facilidad la obra, pues es de sencilla redacción, no todas disfrutamos con la misma intensidad de sus juegos entre la maleabilidad y la verosimilitud que el autor lleva a límites jazzianos, al límite de la desafinación. De esta forma, hubo quién apreció la primera parte y encontró increíble la segunda, casi ridícula, en la que un detective se adentra en las trincheras de la guerra chino-japonesa para buscar a sus padres como si buscara al Soldado Ryan, mención cinematográfica, no en vano esta parte parece propia para ser grabada en un plano secuencia.

Resultado de imagen de cuando fuimos huerfanos    Para otras compañeras, el límite de la ficción lo pone el autor, ¿es más creíble la sociedad de la novela “Never Let Me Go” del mismo Ishiguro? que en realidad es una distopía en la que se crían clones de personas, como animales, para que sus órganos sean utilizados como repuestos.  Al igual que el jazz no gusta a todo el mundo o todo el jazz no gusta a todos, este estirar lo verosímil importunó a algunas participantes que, sin embargo, no dejaron de disfrutar de otras virtudes de la obra.

    El juego de Ishiguru empieza cuando nos vende una novela protagonizada por un detective, para darnos cuenta de que, los casos que resuelve y que le dan fama, no son en absoluto importantes para la narración. De tal forma que, como Marcel Proust en lo que se empeña es en evocar la memoria, olores, colores, emociones ante estímulos que conforman la identidad del protagonista. Las asistentes apreciaron el estilo descriptivo de los ambientes colonialistas, los británicos incluso los japoneses, con viajes al pasado constantes. Eso sí, la traducción de Jesús Zulaika es mejorable a ojos vista, no hay más que leer la traducción de “sacos terrales” en vez de sacos de tierra para las trincheras, traiciones del bilingüismo.

    El hecho de que la obra esté escrita en primera persona nos ha llevado por el camino de la arbitrariedad, en la conciencia de que la verdad, de una forma exagerada y palpitante es subjetiva. Todo lo que conocemos de la historia es a través de Christopher Banks, pasado por el tamiz de la memoria, las emociones y de la observación de un niño, luego un adulto, que tiene su bagaje personal, social y cultural, la Posverdad ha existido siempre. El autor nos pone ante la realidad de que este niño ha sido huérfano, sin anclajes, ávido de estar “bien relacionado”, como nos advirtió una socia, inseguro por carecer del respaldo que dan unos padres colocados de antemano en la cancha de juego.

    Cuando acabamos la reunión nos quedamos con la sensación de que el escritor había estado homenajeando a sus maestros literarios, su diálogo interior recorre la obra como el Dublín de Joyce y Conan Doyle acomete la nota al borde del desafine, muy kafkiano, a través de la lupa que el protagonista usa para examinar el cadáver de un japonés-tipo en el campo de batalla.

Resultado de imagen de china colonial opio    Igualmente encontramos una mención a la invisibilidad de la mujer en la historia, la madre de Banks es una activista, una fémina preocupada por las consecuencias del colonialismo buitre, el que extrae riquezas de los países ocupados sin sopesar las consecuencias de su intervención, como si el colonizado no fuese una persona de pleno derecho, porque la supuesta superioridad permite modificar las costumbres de un pueblo y tras dejarlo vacío o confundido en valores, permite que se degrade consumiendo su existencia pegado a una pipa de opio.

    Pero, por más que la madre de Christopher fue una de las iniciadoras, la que convenció a muchísimas otras personas de las colonias, incluido su marido, del daño que se le estaba infringiendo a la sociedad China con el comercio de opio realizado por las compañías para las que trabajaban sus familias, nunca fue reconocida, de hecho, de aparecer alguien en alguna hemeroteca, el que lo hizo fue el responsable de la desaparición de su madre, “ La Serpiente Amarilla”, el tío Philip un traidor que como todos los seres humanos, descubrimos tras discutirlo en tertulia que no es tan claramente malo.

Resultado de imagen de apego   Esta es también una novela que surfea por la evolución del ser humano y como alguna socia observó, el autor pone el peso en la infancia y juventud del hombre para, como Paul Auster en “4321”, demostrarnos que son las etapas evolutivas del ser humano más importante para la memoria y para la formación del carácter. También vemos que es inherente al ser humano tener un apego desmesurado a los padres en la infancia, un desapego incluso violento en la juventud y que con la madurez se regresa a los padres, no tanto a su dependencia, si no a una nueva imagen llena de ternura, admiración, indulgencia, benevolencia y comprensión. Esto ocurre si se tiene un desarrollo sano, si el desarrollo es patológico, el rencor, la falta de empatía, el odio que autolesiona y la falta de perdón nos convierten en seres muy desgraciados como algún ejemplo que se puso en la tertulia que mejor no repetir, porque como reconocimos, lo más cercano a la felicidad es la serenidad, la aceptación y el equilibrio.

Resultado de imagen de serpiente amarilla  El protagonista tiene un amigo de origen japonés y a través de su relación hemos coincidido en que en la obra se produce un choque de culturas, la japonesa, la británica y la china, que la distancia entre la flema inglesa, la inquietante ceremonialidad japonesa y la discreta disciplina china es como de otro planeta y que quizás es importante, así lo dice el tío Philip, es su lado bueno, el mestizaje es importante, la amalgama sería importante para evitar conflictos, la convergencia y la posibilidad del respeto a la diferencia nos evitaría problemas de otredad, los que nos hacen reaccionar con cierta agresividad ante el miedo a lo distinto. Nos pareció memorable la frase: “los lamentos ante la muerte de un chino o de un japonés son los mismos”.

    Los personajes, apreciamos que están bien definidos, que son necesarios para la historia y que el protagonista no acaba de parecernos una persona madura, quizás por su orfandad, por un desapego madrugador y traumático. Una socia nos hizo ver que incluso la trepa de Sara puede ser la redención de un protagonista que no acaba de quedar bien definido, ni siquiera en sus posiciones amatorias. También fue digna de mención la ilación del escritor que no abandona un personaje y cuando se piensa que nos va a dejar con un cabo suelto, nos contradice y vuelve a resurgir  la pequeña Jennipher o el tío Philip.

    En fin, en líneas generales la obra nos ha gustado, aunque alguna tertuliana esperaba más de un Nóbel, es fácil de leer, pero no de asimilar, tiene varias capas en las que uno puede quedar abatido por la incredulidad, aunque si el lector se sumerge en el juego de Ishiguro  merece la pena porque el autor “nos dice mucho”.

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