Esta obra de la literatura rusa
del Siglo XIX ha sido el objeto de la pasada Tertulia de la Asociación de
Mujeres Universitarias de Marbella. Lo que parecía una lectura más ligera
que las que habitualmente se tratan en este foro dio para una buen discusión,
llena de aportaciones y matices.
Sorprendió ver la unanimidad en
admitir que la lectura de “Padres e Hijos” había resultado fácil, entretenida y
placentera. Las descripciones a base de pocas y certeras pinceladas recrean un
universo ruso, una cultura muy influenciada por la lengua francesa y los
grandes literatos alemanes que no hacen sombra oclusiva sobre un pueblo
diferente, de costumbres y organización social compleja que marca a sus
habitantes. Comentamos la costumbre de ir de casa en casa, sin invitación
previa y sin momento de partida certero, para nuestra cultura es impensable,
esto se podía hacer por la enorme corte de siervos y el bajo coste que les
causaba.
Esta obra muestra la posición de
los padres y los hijos en pleno choque generacional, descubre el amor de los
padres, su madurez emocional, el discernimiento de lo que es realmente
importante en esta vida, el amor de la familia y los amigos; esto importa por
encima de ideales más o menos coherentes impulsados por la fuerza de la
juventud y que pueden ser raíz de enfrentamientos.
Pero este tema principal,
comentaron algunas socias, no es más que una excusa para retratar la sociedad
decimonónica en Rusia, un país que mantenía los esclavos de la gleba, una
suerte de servidumbre que obligaba a cincuenta millones de individuos a trabajar
las tierras de los señores a los que pertenecían, a no ser que pagaran su
libertad, cuestión harto difícil. Eran libres porque sus vidas no podían ser
cercenadas por sus dueños pero por otro lado su trabajo, y por ende sus existencias
eran propiedad de la familia terrateniente. Fue pues, una sociedad decadente en
un mundo que se enriquecía por medio de la industrialización y que de repente
no necesitaba esa gran masa de campesinos para su evolución. La libertad que
trajo este nuevo modelo social, la emancipación de almas, fue difícil de
digerir para la aristocracia decadente, los rusos de la “Vieja Guardia”, y los
siervos, ambos grupos humanos con miedo a los cambios y la inseguridad que
proporcionan.
La brecha generacional es un buen motivo para presentar los nuevos
ideales, los que traen los jóvenes, los que se han producido por reacción ante
tanto control social de la religión y las costumbres. El Nihilismo fue muy
debatido entre las contertulias por la puesta en cuestión de toda tradición y
verdad dada. También, porque el autor aprovecha
para mostrar las incoherencias y consecuencias funestas que puede traer no
creer absolutamente en nada y estar en contra de cualquier tipo de disciplina,
en contra de cualquier etiqueta de comportamiento social, ya que cierto orden es importante para que el
hombre pueda acabar con el tedio, vivir en convivencia y sacar trabajo
adelante. Aunque fomentar el pensamiento
divergente es indispensable para el trabajo científico. Comprendimos que este
debate social en Rusia constituyera los prolegómenos de los movimientos que desembocaron
en la Revolución Rusa.
Con respecto al carácter nihilista
del protagonista, Bazarov reniega del amor, siente que perderá fuerza su
objetividad si se ve turbado por los sentimientos y cuando declara su
enamoramiento, descubre que el amor tampoco está permitido en la sociedad rusa
tradicional, que hace lo que debe hacer sin atender a lo emotivo. Lo que a mi
parecer refleja que ninguna de las dos posturas extremas trae la felicidad al
hombre.
El tratamiento de la mujer también
fue objeto de la tertulia, Turgueniev presenta una sociedad de mujeres
extrañas, madres histriónicas, aristócratas florero o insensibles que no
contemplan el amor como sentimiento importante, anteponiendo los
convencionalismos y la conveniencia.
Nuestras socias políglotas se
quejaron una vez más de la calidad de la traducción y optaron por leer el libro
en inglés o en alemán. Sin embargo, aplaudieron el tratamiento del autor a los
personajes, a los que no juzga y lleva en su recorrido vital de una casa a otra
de una manera respetuosa, sin aspavientos. Lo que parece una obra sin
sobresaltos no impide que tenga un gran contenido y una intensidad brutal en la
caracterización de cada personaje que tiene un alma rusa apasionada: Muestra a
Pavel, representante del ruso orgulloso de su idiosincrasia que lee a Puskin y
reticente a los cambios, padres que comprenden o toleran por amor, una señora
que tiene pulsiones a las que da rienda suelta y luego su educación ortodoxa la
lleva por el camino de la fustigación y la culpa, el hijo de una familia acomodada
que como capricho de juventud se relaciona con talentos divergentes y “peligrosos”,
la criada que tiene un hijo con su patrón, sumisa y agradecida de que se ocupen
de ella.
Alguna socia comentó que Turgueniev
era un antecesor de los grandes rusos, de Tolstoi, Dostoievski y Chejov pero
que por su estilo de dar mucho con poco se convierte en un escritor moderno,
alejado de las grandes digresiones y parrafadas descriptivas. Una socia nos
hizo prestar atención a la narración precisa del duelo entre Pavel y Bazarov
con breves pero precisos comentarios.
Os dejo con la frase nihilista
que alguien extrajo: “no somos nada, pero no en el sentido de vacío, sino en el
sentido creativo”. Y con la cita literaria que será el 1 de Agosto y que nos
llevará a leer a Richard Ford con su obra “Mi Madre”
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