Nuestras socias de Madrid han organizado una charla sobre Emilia Pardo Bazán con Inés Alberdi como ponente.
CHARLA DE INÉS ALBERDI SOBRE EMILIA PARDO BAZÁN
EN LA LIBRERÍA LOS EDITORES
EL PASADO DÍA 5 DE MAYO
DIÁLOGO ENTRE DOÑA EMILIA Y GALDÓS
15 de marzo de 1892, habitación de una pensión en la calle de la Palma, junto a la Iglesia Maravillas. Galdós está sentado en un sillón con un puro en la boca. Entra como un trompo doña Emilia.
DOÑA EMILIA. (tirando su estola y el bolso encima de la cama). ¡Qué éxito, amigo mío! Tu estreno de Realidad va a ser el acontecimiento teatral de la temporada. El teatro de la Comedia estaba lleno a rebosar, galerías, palcos y butacas… ¡Y en el entreacto he oído al mismísimo Menéndez Pelayo comentar: ¡Este es nuestro Ibsen!
GALDÓS. ¡Has venido!
DOÑA EMILIA. ¿Qué creías? ¿Qué iba a ser como tú, que me dejaste plantada como una escoba, aquí, en esta misma habitación? (le quita el puro de la boca) No debes fumar tanto.
GALDÓS. Tenía mis motivos, como bien sabes.
DOÑA EMILIA. Bah, bah, un error momentáneo de los sentidos. Esa infidelidad mía fue una fruslería. Ya te dije que el quererme a mí tenía todos los inconvenientes y las emociones de casarse con un marino o un militar en tiempos de guerra. Siempre doy sustos.
GALDÓS. Olvidémoslo. Ya ves que te he perdonado, en la vida y en el papel.
DOÑA EMILIA. Sí, me he reconocido en el personaje de Augusta, tan bien interpretado por María Guerrero, ¿No era acaso yo esa señora más querida por el bueno de Orozco, mientras más infiel y trapacera.? ¿Y tú ratoncito? ¿Has sufrido tanto como tu personaje para perdonarme? Sé que te hice daño, tú que eres tan bueno que sólo mereces rosas y bienes. (Cambiando de tema al ver el gesto contrariado de Galdós). Ya había leído, como sabes, La incógnita, y luego la novela Realidad, pero verme así, en presencia… Me ha impresionado. ¡Qué bien me has aprovechado!
GALDÓS. Yo también leí tu versión de los hechos en La Insolación. Esa esposa, cuya infidelidad no es fruto de la voluntad, sino de una insolación inmisericorde que obnubiló sus sentidos.
DOÑA EMILIA. Bueno, bueno, así somos nosotros, hincamos el diente en la vida para escribir nuestras novelas. Y ya verás como pronto asoman su hocico los bien pensantes que te echarán en cara que tu personaje no haya seguido las normas del honor calderoniano y no haya matado al amante de su esposa. ¡Le has hecho una buena manola al mundo necio de esta corte de nuestros pecados! Bueno, amigo mío, ¿qué tal te va sin esta gallega ilustre? He sabido que has tenido una hija con Lorenza Cobián. Espero que te portes.
GALDÓS. Sí, le he dado mis apellidos.
DOÑA EMILIA. (Acercándose). Me alegro de verte. Venga, besa mi jeta gallega y sentémonos a charlar como antes. Ya sabes que yo no me puedo soltar fácilmente los nuditos del querer.
GALDÓS. Quería hablar contigo hace tiempo. Manifestarte mi profunda indignación por el comportamiento de la Academia.
DOÑA EMILIA. Estarás al tanto, supongo de lo que corre por los mentideros.
GALDÓS. Sí, claro, no hay un asiento para ti en la Academia.
DOÑA EMILIA. No seas pacato y di las cosas por su nombre. El chiste que difundió el indigno Valera fue que no había asiento para mí porque tendrían que hacer un asiento especial para mi culo gordo. ¿Se habrían atrevido a decir eso de un hombre?
GALDÓS. Ya me enfrenté a Valera. ¿Y sabes lo que me contestó? Que cómo podía alabar yo, que era tu amigo, la manía de ser académica, que era como si te empeñases en ser guardia civila. No le di un puñetazo porque soy pacífico.
DOÑA EMIMILIA. No te preocupes, querido amigo, ya sé que tú eres tranquilo y reflexivo, pero yo no. ¿Sabes lo que le contesté al señor de la Academia? Que si no querían verme entre ellos porque dedican las sesiones a contar chistes verdes, cometen un error: yo los sé buenísimos.
(Se ríen os dos y luego dice Galdós)
GALDÓS. No sé, querida amiga, cómo te empeñas en sufrir esos agravios. Yo soy mayor que tú y no solicito mi ingreso porque sé que la Academia está llena de tradicionalistas, que no pueden ver mi nombre ni en pintura.
DOÑA EMILIA. Pero yo no soy como tú, ratoncito. Y el tema de las mujeres no es el mismo que el de la política. Yo no sólo me empeño por mí sino por todas las mujeres, las que hay y las que están por venir.
GALDÓS. Explícame eso, porque siempre pensé que estábamos de acuerdo en que había que combatir las rancias ideas de los tradicionalistas. Son ellos los que defienden ideas anticuadas, también sobre la mujer.
DOÑA EMILIA. Te equivocas, querido amigo. Lo de la mujer es, como diría el padre Feijoo, un error común. Punto es el de la situación de la mujer en que se dan la mano racionalistas y neocatólicos, carlistas y republicanos federales. Todos coinciden en esa vieja tesis de que el destino de la mujer es el de la gallina sumisa y ponedora. Y bien, el instinto sexual y reproductor serán móviles poderosísimos, no lo niego, pero tanto de hombres como de mujeres. Y sobre todo, no son el móvil único de la criatura racional ni han de ofrecerse como negación de otros móviles como el social, el artístico y el político.
GALDÓS. Me asustas, Emilia, no sé por qué se me da que vas a dejar arrumbada tu tarea literaria por la de mitinera. ¡Sería una pena! Sabes cuánto valoro tu trabajo.
DOÑA EMILIA. ¡No seas tan tiquismiquis! ¿No me conoces, mi alma? Yo tengo energía para eso y para mucho más. Y en este momento estoy empeñada en la lucha por la mujer. Si no luchamos nosotras, ¿quién lo hará? Tú mismo, que has pintado tan bien a las mujeres ¡Ay, ese personaje de Fortunata! Cuando has querido darnos una figura de mujer que aspira a realizarse, como es Tristana, la has dejado flotando en el mundo del ensueño.
GALDÓS. No repitamos esta discusión, Emilia, siempre te he dicho que no has entendido bien la novela.
DOÑA EMILIA. Quizá tengas razón, amigo mío. Las novelas no pueden cambiar la situación de la mujer. (Se levanta) ¡Pero sí la educación! En octubre iré al Congreso Pedagógico que se celebrará en Madrid. Allí defenderé lo que aún no se atreven a hacer los de la Institución. El libre acceso de la mujer a todos los estudios y todas las profesiones.
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