Artículo: "María Carrera la materialización de la posibilidad" de ana Eugenia Venegas
¿Quién puede decir que ha vivido toda su
vida de su pasión? Realmente, muy pocas personas. Y sabemos incluso ahondar en
la llaga; ¿Qué mujer de la Postguerra Española se ha permitido tener un
objetivo que no fuese el predestinado? Una de esas personas es María Carrera
Pascual, la pintora María Carrera. Ella sí ha podido. Y el origen de esta gesta
está en su familia, en un padre visionario que deseó e hizo efectivo el sueño
de una niña criada entre libros, pinceles, lienzos y las pieles que
comercializaban en el negocio familiar. María, su esfuerzo, su talento, su
creatividad y su osadía fueron respaldas por la comprensión, el respeto y el
sustento económico que todos necesitamos para empezar nuestras carreras. Desde
ahí, la mejor escuela de Arte de España, su licenciatura y su doctorado, sus
premios y sus miles de alumnos. Hoy me propongo que conozcáis mejor a María
Carrera, una mujer, artista, que nos hace apreciar el valor de las
posibilidades.
En el
pueblo salmantino de Peñaranda de Bracamonte, rozando la provincia de Ávila, en
plena ruta Teresiana, se encuentra expuesta una buena parte de la obra de María
Carrera. La artista donó unos 70 cuadros in memoriam al pueblo que su
padre consideró su patria chica. Supone una gran sorpresa y un contraste muy
contemporáneo viajar por el corazón de Castilla y León, entre llanos de
cereales, y tropezar con un centro de Arte donde extrañarse con una colección
de obras que electrocutan con su plasticidad compleja, exigente y vital, con
una técnica poderosa empeñada en sobrepasar lo esperado.
María nació en plena Guerra Civil española,
se educó en una España arrasada por ambos bandos, una España más concienciada
con el reconstruir que con el crear, más abocada al sacrificio que al goce. Sin
embargo, la pintora supo desenvolverse con sensibilidad y dar una visión personal
en los géneros del bodegón y del paisaje, lugares donde imponer sus formas y
colores necesarios para sacar lo humano que todos llevamos dentro, como
principio para empezar a sentir después de que el alma se haya quedado
deshidratada al estado del corcho con tanto desastre. Y dobló la espalda, como
todos los españoles de aquel tiempo, y pintó y estudió e investigó. Fue una de
esas pocas mujeres que asistieron a la Universidad, ella a la más ilustre
escuela de Arte de España, La Real Academia de San Fernando. Y estudió tanto y
pintó tanto y creó tanto y lo hizo tan bien que se graduó con el expediente más
brillante y premios del Estado.
Los retratos y los escenarios de María son
en mi opinión de otra envergadura, de un fondo intelectual muy elaborado,
asentada sobre las bases de su formación académica, sobre las corrientes
surrealistas, simbolistas y expresionistas, marcada incluso por el clasicismo y
el Barroco del que bebió en Florencia, Florencia, la ciudad que disfrutó en su
juventud gracias a la beca que ganó para ampliar sus estudios en su prestigiosa
Escuela de Arte donde una vez más, gracias a su esfuerzo y su talento, obtuvo
las máximas calificaciones. Es en el conocimiento y la maestría donde el
artista se da permisos, de la valentía se aprende valentía, y de las respuestas
personales e íntimas de otros artistas es de donde los que amamos la expresión
a todos los niveles, hacemos descubrimientos sobre el ser humano que también
somos nosotros,
tan parecidos a los demás, pero a la vez tan particulares y tan excitantes.
Cualquier rasgo individual nos interesa, en la mayoría de las ocasiones, porque
nos reconocemos en él. María continuó en Italia, invitada por el gobierno
italiano y becada por la Fundación March. Allí disfrutó de un universo de
puntos de vista de los que se apropió para darse sus propios permisos.
Hemos visto en la historia de la pintura
muchos arlequines, pero pocos con la carga psicológica del Gran Payaso de María
Carrera, qué tristeza, cuánto vacío, cuánta diferencia de presión entre las
membranas públicas y privadas del payaso de largas y lánguidas extremidades.
María se doctoró en Arte con un unánime Cum Laude en la Universidad Complutense
de Madrid, siendo su tesis “Pintura y Estética de Juan Ramón Jiménez”. Es
interesante observar al que observa, al que cocina con ingredientes observados
y luego verlo crecer en su propia huerta mientras absorbe conocimientos tan
deconstruidos que caben por los pelos radicales y ascienden por los vasos
leñosos hasta florecer en las copas. Así María investigó la obra de Juan Ramón
Jiménez, la pictórica y la literaria, tan simples y tan pegadas a su intimismo
melancólico de contrastes modernistas, pero tan necesaria para nosotros como
para la languidez inquietante de muchos de los personajes de María Carrera,
para sus desnudos desdibujados, culpables, ocultos, desvergonzados,
fronterizos, difíciles, desnudos que te golpean primero con su expresividad y
luego te dejan con la incomodidad de saber por qué te han golpeado. María
Creció con Juan Ramón y desde luego los que conocemos su obra también hemos
crecido con ella.
María pertenece a la generación de 1963,
unos tiempos que se caracterizaron por la apertura del régimen dictatorial del
General Franco, el babyboom del que nació toda mi generación, el Pop y
el Rock importado del Reino Unido y la estética de “pelos largos y faldas
cortas”, además de por una reacción en el arte contra el predominio de la
abstracción, pero también contra el paisajismo tradicional. Fueron unos
momentos de transformación en los que una mujer y artista española, gracias a
su esfuerzo y al apoyo de su familia, pudo recorrer el camino que va del deseo
a la realidad, entre otras cosas porque conoció a qué tenía derecho, algo obvio
pero muy triste si lo pensamos bien. ¿Cuántas personas de aquel tiempo no
tuvieron la posibilidad de formarse porque nunca creyeron que era posible? Tener
estudios superiores, o medios, o básicos, no estuvo en sus diccionarios y menos
en la España rural. No se puede aspirar a lo que se desconoce. Gracias a su
padre, María supo que se podía si se quería y se trabajaba por ello. Fue por
muchos años Profesora Titular de Dibujo, Catedrática de Dibujo del Natural, en
la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Y fue y
sigue siendo pintora, pintora artista, de composiciones surrealistas,
expresionistas, inquietantes, de personajes incómodos, de escenas velazqueñas que
invitan a un relato, a una novela. Es por lo que ha sido reconocida con los más
prestigiosos premios de pintura, nacionales e internacionales, la medalla de
las Bellas Artes de Madrid entre otros muchísimos, y posee un curriculum de más
de cien exposiciones individuales en España y el extranjero.
Ahora, María vive en Marbella y entre otras
actividades relacionadas con su obra, ha propiciado que varias chicas
brillantes de la municipalidad hayan podido tener más fácil el acceso a sus
estudios a través de la dotación económica de las Becas de las Mujeres
Universitarias de Marbella (AMUM). Es tan consciente María de la importancia de
la formación y del regalo que le hizo su familia que sus donaciones son un tributo
a su padre, a Don Jesús Carrera, el visionario comerciante de pieles. Qué
necesarios son los He for She, los hombres de bien que ayudan a las
mujeres a que se haga efectiva la igualdad de derechos, y qué inteligentes
también al impedir que se desperdicien los talentos que de seguro serán un
activo para una sociedad mejor.
La portada de este número de la Garbía muestra
una de las obras que más me gustan de María Carrera y, aunque quizás no sea el
formato más idóneo para una portada, gracias al oficio de nuestro maquetador,
Pepe Moyano, podemos disfrutar de ella. Se trata de “La Invitada” un prodigio
técnico en la expresión de vajillas, vidrios y cuberterías, de muebles y enseres
que da otro punto de vista a la imagen y al impacto sensitivo que produce la
representación femenina en la obra de María, una Mujer que puede ser madre
amorosa, expresión costumbrista, osada participante de baños desinhibidos, mujer
ordinaria, extraordinaria, bella, enigmática, llena de lo suyo, de su tiempo,
de su experiencia, de lo de todas y de lo de cada una. En la Invitada hay un desnudo femenino,
desnudo desdibujado en sepia, como no acabado, oculto tras la cortina,
observado desde dentro del cuadro y por todos nosotros, los consistentes. Una
consistencia que le falta a esa mujer que, sin embargo, se convierte en el
enigma del cuadro.
En
2017 se inauguró la Casa del Arte de Peñarroya de Bracamonte que cuenta con la
exposición permanente de las setenta obras donadas por María Carrera al pueblo
que su padre, Jesús Carrera, amaba. Desde allí, el poeta Antonio Colinas pregonó
sobre la pintora:
“Podríamos decir que un humanismo muy vivo tiembla sobre todo en ella –estoy, pensando, por ejemplo, en sus retratos, en sus “Maternidades”–, pero a la vez hay en esta pintura, como he dicho, un gran afán de libertad en la que la renovación del color y la osadía de los temas tratados tienen mucho que ver. Bodegones, misteriosos seres y paisajes que brotan de profundos y luminosos paisajes, la presencia de la mujer como revelación de lo telúrico, pero también de lo enigmático, sus paráfrasis velazqueñas que la pintora sumerge en la naturaleza, la carnalidad floral y la de los cuerpos en interiores serenos, son sólo algunos de los temas que esta pintora nos revela con llamativa y personalísima brillantez, con la misma osadía que esa mujer a caballo de uno de sus cuadros penetra en un mar de azules»
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