miércoles, 13 de noviembre de 2019

“El Nervio Óptico” de María Gainza, tertulia AMUM de noviembre


 Este mes de noviembre nos hemos vuelto a reunir en el Marbella Club para profundizar en la ópera prima de María Gainza, "El Nervio öptico", una novela-ensayo que la crítica de Arte, corresponsal que fue del New York Times en Argentina e hija divergente de una familia aristocrática, vertebra con la puesta en valor de las obras de Arte de pintores de reconocimiento histórico e internacional que cuelgan con la humildad de los segundones en los muros de los museos de Buenos Aires. Todo ello para hablar de una protagonista en la que reconocemos a Gainza y su familia, La reconocimos a ella y a su nacionalismo reactivo frente al desprecio que provocan los complejos y el situar lo interesante siempre fuera, siempre en otros, la otredad patológica también es delincuente desde el lado del que se siente que los demás son lo que uno no es.
    
    Todas las socias asistentes a la tertulia coincidieron en el interés de la obra que dió lugar a numerosas expresiones y aportaciones que he pretendido recopilar aquí junto con las líneas más sobresalientes de esta lectura:

    Hemos llegado a la conclusión de que esta interesante y original obra, para saborearla bien, hay que leerla dos veces al menos, la primera para saber de qué se trata, la segunda, de cómo se trata. Y es que la autora organiza un esqueleto de un ingenio muy valorable en una ópera prima, en el que parece que hay una pequeña historia biográfica para abrir la puerta a las numerosas obras de arte que ella describe, provocando la necesidad de partir urgentemente para vivir en persona ese safari artístico.

    Pero hay mucho más, así lo entendimos, hay la necesidad de reivindicar lo propio, porque como recuerda María que dijo Cézanne “Lo grandioso acaba por cansar. Hay montañas que cuando estás delante te hacen gritar ¡me cago en…! Pero para el día a día con un solo cerro basta”. Y lo cierto es que la mayoría de los argentinos, igual que los españoles, no han tenido la oportunidad de viajar en su infancia a New York para correr junto a su madre, con ilusión de fan, hasta el Metropolitan, pero sí han podido visitar los museos propios y no lo han hecho, no lo han hecho porque no creían que mereciera la pena y para el día a día un cerro sí sirve. ¿Cuántas personas no han visitado nunca el Museo del Grabado Español Contemporáneo de Marbella que es un cerro único en España, o el Museo Ralli con su obra surrealista europea y americana? Sí, es evidente que hay una gran población que no acude a los museos, pero hay otros que nos ponemos zapatos cómodos e invertimos vacaciones completas en la oferta cultural de otros lugares y desconocemos nuestro cerro.

    Y también, en la obra,  hay un mucho de contar los entresijos, los más loables y los menos, las virtudes y vicios, de una familia aristócrata donde por definición todo debe ser perfecto, aunque haya que barrer debajo de las alfombras. Y María barre, lo que en principio viene en el prospecto como familia ejemplar se nos presenta como un totum revolutum de personas excéntricas o momentos excéntricos, con sentimientos nobles y menos nobles, y con bastantes trapos sucios relativos a los comportamientos empáticos o decadentes, la sexualidad y las adicciones de las que no estamos exentos ningún grupo humano porque forma parte del juego de la vida. Esta expresión de lo que no debe salir de casa,  de lo que no se habla en o de la familia nos recuerda la ruptura a mordiscos que en el documental “El Desencanto” hizo Jaime Chávarri de la familia del poeta Leopoldo Panero, un destrozo de la familia tradicional que se fomentaba en la dictadura según el propio director. Aunque nos tranquiliza por su salud emocional que la puesta sobre la mesa de Gainza no haya sido un mordisco a la yugular de esta familia, una maquinaria de rencor como sí sucedió en el “Desencanto”, la famosa película sobre la que estoy escribiendo una novela. Smplemente, la autora recubre de naturalidad que ninguna familia es perfecta ni falta que hace, que todo tenemos secretos y episodios poco memorable.

    Para todo ello, María despliega en esta joyita, como dijo una de las asistentes, sus herramientas de niña leída y educada en buenos colegios, viajada y espoleada en museos de gran nombre, crecida entre personajes interesantes a los que luego retratar con sus debe y haberes. Y nos hace sonreír con su carga ácida, pero también nos hace saborear el español de argentina con sus modismos porteños que no disimula porque no tiene complejos, porque son una delicia y la prueba del milagro de una lengua viva que nos une y nos diferencia y nos hace más ricos, como un ramo de flores de distintos tipos, más alegre, más vistoso.

    “El Nervio Óptico” es casi una nouvelle, una novela corta que no necesita ni una página más y que recuerda como reproche a muchos tomos sin sustancia que a veces tenemos que sufrir que más no es mejor. Está constituida por once capítulos que contienen un hilo conductor independiente, en el caso de “Una vida en pinturas” es el rojo de Rothko. En mi opinión, estos capítulos, no puede leerse arbitrariamente como han comentado algunos críticos, porque además del contenido artístico, cada capítulo avanza cronológicamente en la biografía de la protagonista, de una manera impresionista, como a brochazos, pero con un orden cronológico y si mantengo mi tesis de que la obra es más memorialista y de sentimiento nacionalista, entendido como amor y orgullo por su país, entonces, el orden tiene su importancia. Si la madre de la protagonista es presentada como una snob que no considera la obra atesorada en argentina y corre al Metropolitan con sus hijos pequeños para ver, para mostrarles lo que es realmente grande; si Mariuchi descubre el Museo Nacional de Bellas Artes mientras paseaba con el perro, de forma casual en un tiempo de adolescente “que tiene un ancho fuera de lo común”; si la protagonista se deja impactar por las obras, los autores, las personas, los divergentes “que le traían historias de Marte”, los comunes no tan comunes, todo como experiencia que digiere y le forma; si navega en la vida hasta llegar al momento que Rothko tanto temía, “cuando el negro se come al rojo”, el de la madurez, las pérdidas, la enfermedad, pero, la consistencia, la congruencia, el posicionamiento; si la obra nos cuenta la evolución, la progresión, el llegar a ser de una niña que por sus conocimientos y experiencias desarrolla un sentido crítico y se posiciona con fundamento en su madurez, entonces, en mi opinión es una obra lineal y los capítulos no son intercambiables, por más que una vez comprendido el juego de la autora, en segundas lecturas, es seguro que será una delicia abrirlo por cualquiera de sus capítulos.

    Gracias a la obra de María Gainza, nos ha entrado unas ganas locas de coger el primer vuelo a Buenos Aires y hacer una tournée por los museos y ver el catálogo de obras que ella describe, adentrándose en sus autores, las épocas, las técnicas y sus anécdotas. Aunque mucho nos tememos que ella lo que quieres es que sepamos que tienen museos, que son interesantes, y que el complejo de inferioridad o el desprecio no nos debe impedir disfrutar de ellos.

Vídeo de obras, trabajo de María Gracia Chiaradia


    Hablando de complejos, María nos muestra en varias ocasiones cómo se materializa el hecho del complejo de nación con “chiquititis”, el mismo síndrome que sufre el padre de la protagonista según el diagnóstico de su madre elitista a la rusa, cuando pensaban que el centro del mundo era París y ni usaban la lengua rusa en las clases altas. Parece querer demostrar que un país no puede ser grande si sus habitantes no creen en él, no para pisotear a otros, que es que no hay término medio en este mundo, sino para implicarse, permanecer, no tener el pasaporte preparado por si pasa algo, quedarse para trabajar, para superar, para ser mejores y sentirse identificados con él. Pero los sentimientos de pertenencia a pueblo o terruño son un asunto muy complicado, lo tenemos presente en estos momentos en España y no se puede exigir que alguien sacrifique su vida, sobre todo teniendo en cuenta el “memento mori”, el recuerda que morirás, que somos caducos, que tenemos los días contados que la propia autora también acepta por su parada para abrevar en el Museo Decorativo, en la obra de Hubert Robert, el que “llevó a la gloria la estética del colapso”  y “sucumbió al encanto de las ruinas”.

    Este libro de 158 páginas contiene citas de gran envergadura, de la autora y de escritores y artistas plásticos de la historia. María no reprime la erudición, ni falta que hace, su estilo es brillante, inteligente y fluido. La obra está dirigida a un público que es capaz de asimilarla, ya no tanto al entendido en Arte, como para el que está interesado en la pelea de ideas, en la empatía por el sentir de otros, en el conocimiento y la relación con los retratos de país y familia. Es verdad que la lectura no es estrictamente difícil, pero para apasionarse con ella, para entenderla y exprimirla, hay que conocer o tener muchas ganas de conocer.

    Las socias comentaron la importancia de muchas sentencias de la novela, me he permitido recopilar algunas: “En la distancia entre lo lindo y lo que cautiva, se juega todo el Arte”, “se escribe para contar cosas”, “como no puedo traducir el infierno de Dante, lo voy a protagonizar”, “La adolescencia es vivir en un tiempo que tiene un ancho fuera de lo común”, sobre la obra de Monet: “creo que el Arte que depende demasiado del subidón, del descubrimiento, declina cuando se logra dominar”, sobre Toulouse Lautrec: “como a todo escapado de su clase Montmartre lo recibió como a un hijo”, Rothko dijo: ”hay una sola cosa de la que me tengo que cuidar, de que un día el negro se coma al rojo”, del tío Marion: “era una radio que traía noticias de Marte” y “necesita shocks estéticos para vivir”, del Barroco “vivir atrapado en el lujo”, de un cuadro “es bueno o es malo, ¿qué vara de medir es esa?, a lo sumo, me gusta o no me gusta”, a la tía Úrsula “las sonatas de Beethoven le habían enseñado el arte de la respiración”, los cisnes con músculos seccionados “serán felices en esa cárcel”, ante la educación “mal administrada la Historia del Arte puede ser letal, como la estricnina”, “¿no son todas la buenas obras pequeños espejos?”, “una da por hecho que siempre llega tarde a su niñez”, “algunas muchachas nacen orgánicamente buenas, yo no”, “El Greco era un militante de la piedad”, “mirar la pintura del Greco es pelearse con uno mismo por su dogma de hierro y su sensualidad”, “a quien los dioses quiere destruir, al principio, lo llaman promesa, un pitucón”, Montaigne: “las cosas nos parecen más grandes de lejos que de cerca”…

    En fin, María Gainza nos ha proporcionado una obra muy interesante, original e inteligente que merece mucho la pena leer, sentada con bolígrafo y cuaderno para elaborar lo que nos diga. Nosotras quedamos citadas para el mes de diciembre, día 16 a las 17.30 para poder acudir luego al concierto de Navidad. Tendremos una nueva tertulia, esta vez profundizaremos en "El Gato Pardo" de Giuseppe Tomasi de Lampedusa.

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