Hasta el 30 de noviembre podemos seguir apreciando la
conmovedora obra del "Enfant Terrible" del panorama artístico
contemporáneo. El comisario de la exposición Fernando Francés puede ponerse a
sí mismo la condecoración de la genialidad. Vayan y no se la pierdan, cuando
salgan del Centro de Arte malagueño, no serán las mismas personas.
El artista londinense se presenta desnudo, abierto en canal, doliente,
mostrando su pavor, su desesperación y su aceptación ante un público
desconocido al que induce a sentarse con una calavera en las manos y
preguntarse “To be or not to be?”.
Cuando nos subimos a la moto camino de Málaga nunca pensamos que el camino de
vuelta iba a estar lleno de tanta inquietud y es que cuando traspasas la puerta
de cristal de la sala de exposición del CAC te quedas petrificado ante tamaño
contraste. Los rojos ensangrentados de los enormes óleos de carne roja
contrastan con las serenas formas de las esculturas de tribus urbanas, el iris
de piedra, los paisajes en aluminio distorsionados por
un ecosistema tóxico, la enorme orquídea en pacífico gris antracita, la
nacarada y sobredimensionada concha marina o el personaje elevado que mueve los hilos.
Tras el primer shock perceptivo me acerqué a un lienzo que representaba
un cielo con cierta neblina pero sereno, equilibrado, su título me inquietó
casi más que los espacios bermellón de lo que está hecho el ser humano, “Before
and After Humanity”, ¡guau! pensé, con todo este ruido que hacemos, con toda la
importancia que nos damos, con todo el daño que recibimos y producimos, cuando
no estemos ¿qué sucederá? No hay más que ver el estado de violencia en el que
vivimos, contra nuestra propia especie y contra el planeta, cuando todo acabe
para nosotros, el universo seguirá, significaremos menos que la explosión de la
más mínima estrella.
Quinn nos lleva por una senda de oposiciones, entre el aspecto exterior del ser
humano representado por esculturas de hormigón con estéticas diferenciadoras de
clanes, de tribus urbanas, con tatuajes y escarificaciones discriminadoras,
situadas ante el material del que estamos hechos todos y vigilados atentamente
por iris y retinas cual ser sobrenatural que permanece perplejo ante nuestro
comportamiento avasallador, alienante, excluyente y violento.
Cuando todo acabe, cuando nuestra vulnerable carne deje de estar
irrigada y entremos en putrefacción, volviendo al sereno devenir del universo,
sólo quedarán nuestras máquinas de guerra suspendidas, desgarbadas, sin más
producción que las sombras en esa pared enorme del mundo, un recuerdo de
nuestro paso por la tierra.
El autor es un artista comprometido, su visión del arte complementa la estética
con el mensaje más crudo y catartítico, desconozco si cree que mediando con su
obra se puede llamar a las conciencias para disminuir el dolor pero mi
impresión es que ha llegado la conclusión de que el ser humano no tiene
arreglo.
En su reflexión nos exhibe llenos de convencimientos erróneos de control que
nuestra propia fragilidad nos denuncia insensatos. Como especie nos creemos
dueños de un mundo que cartografía en blanco y negro, lleno de salpicaduras de
hidrocarburos que nos secesionan en estratos, dando como resultado el
abigarramiento de lienzos y tapices plenos de colores puros, de rojos
amenazadores, de amarillos fuego, de movimientos rápidos, clandestinos, ocultos
pero en masa, la rebelión de los desesperanzados, de los que son conscientes
por el mundo de información en el que vivimos, nada que ver con el pobre hombre
de la Edad Media que se conformaba por su ignorancia y la creencia en que su
destino era obra de Dios, ahora el ser humano medio está descreído, vapuleado y
es peligroso.
El uso de materiales urbanos, hormigón, de imágenes propias de las nuevas
tecnologías, como el retrato del fondo de ojos, o la presencia inquietante de
la morcilla hecha con su propia sangre, me pone en mi sitio, soy un animal, se
podría hacer la ceremonia de la matanza conmigo, hacer morcillas y chorizos, un
jamón de humano, ¿porqué no?, me vuelvo junto al molusco sobredimensionado, me
estoy alterando de nuevo…
Ana E.Venegas
Fotografía
de José A.Correa
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