miércoles, 29 de enero de 2020

“Beloved” de Toni Morrison, tertulia AMUM de Enero 2020


     Muchos son los libros que pasan por nuestras manos y muchos los que nos dejan cicatrices y sobre los que nos construimos. Este es otra de esas obras que ha hecho diálogo con mi nosotras y nos ha convertido en otra cosa, quizás mejor. 

    La Asociación de Mujeres Universitarias de Marbella ha trabajado este mes sobre la obra de la Premio Nobel estadounidense Toni Morrison "Beloved". Doloridas y maravilladas hemos concluído que la lectura ha merecido mucho la pena y nos ha dejado una tertulia y provechosa. Estas son las líneas generales sobre las que hemos debatido, aportaciones en muchos casos muy inteligentes y acertadas:

    Si hay un libro redondo al que poder aproximarnos con el método que propone Baños Orellana en “El Escritorio de Lacan”, en quien se inspira, ese es “Beloved”. Las capas de este libro se ofrecen para esa Lectura Filológica en la que centrarnos en la estructura, en la documentación en los intertextos; una semiótica en la que podemos hablar sobre esclavitud, sobre dignidad, sobre la maternidad, el amor y el dolor más allá de los límites permitidos; finalmente decidimos levantar la alfombra de la psique del esclavizador y el esclavizado, del asesino por compasión, del filicidio como solución del desgarro, y del proceso de duelo del horror más inhumano porque mantenemos la tesis de que hasta en el desierto más seco de vez en cuando cae una gota del cielo y nace una diminuta planta, que está deseando vivir, aunque ella no lo sepa.

    Beloved es una obra inspirada en el horror que sufrió la esclava Margaret Garner que, tras escapar de sus amos junto a sus hijos, es apresada y en un acto de amor infinito y terrible, mata a una hija para librarla de la indignidad, de la deshumanización, de la cosificación, de la violencia y la bestialización. Y mata a la chica, no a los chicos, porque si la esclavitud es terrible para los hombres, para las mujeres es más que el “horror” del que hablaba Joseph Conrad. Y la muerte, el filicidio, es un recurso muy divergente, propio de quien no tiene esperanza, de quien siente que la muerte es un alivio.

   La literatura de Toni Morrison ya nos ha puesto frente a la otredad que sufre una niña en un mundo donde los normal es ser blanco, donde los actores son en su mayoría blancos, los políticos, los profesores, los hombres poderosos, hasta las muñecas son rubias y tienen ojos azules. Morrison es una literata que cuida su texto y lo llena de un contenido que nos hace reaccionar porque se mete dentro de los personajes, allí en el nido de sentimientos, donde los miedos, las frustraciones, donde las gotas malayas crean la imposibilidad, allí donde nos abre al conocimiento.

    En esta ocasión la autora nos sumerge en la penosa y vergonzante historia de la esclavitud que no ha acabado, de la que tenemos conocimiento, la que sigue perpetrándose en muchos países africanos y asiáticos, humanos despersonalizados que pertenecen a otros humanos que no los consideran suficientemente personas para no tener problemas de conciencia en el acto de esclavización. Pero fueron sesentas millones y más, como cita la frase previa a la obra,  sesenta millones, las víctimas de un evento histórico terrible, el apresamiento por negreros negros de otros africanos negros también y la venta, como ganado, a blancos que los explotaron para el trabajo, para la sexualidad, para la reproducción, para la comercialización y  así se perpetuaron decenas de años, por generaciones, hombres que pertenecieron a hombres, mujeres que fueron menos que un esclavo negro, lo último en el escalafón, una esclava negra.

    Y Toni Morrison plantea esta terrible situación de esclavitud con un respeto magnífico hacia el lector, contando con su inteligencia, con numerosos flash backs hacia un pasado que justifica el crimen de Beloved, la hija asesinada por el amor de una madre. Además, lo hace sin contárnoslo todo, confiando en que seamos capaces de completar el puzle, con unos finales de capítulo realmente abiertos y sugerentes, a brochazos.

    Realmente el episodio del que parte la historia tiene que ver con el Fugitive Slave Act, una ley de 1850 que obligaba a los estados donde no existía esclavitud a devolver los esclavos fugados a sus amos. Por eso, la madre de esta novela, tras haber conseguido escapar se encuentra con el hecho de tener que volver a la plantación, de volver a su infierno y de proporcionarle este infierno a sus hijos, especialmente a su hija. Esta Ley provocó numerosas controversias ya que personas que consideraban que la esclavitud era una atrocidad tenían que devolver a los esclavos porque la Ley obligaba.

    Para contarnos su creación, Morrrison recurre a algo muy antropológico en África y en las poblaciones brasileñas y cubanas, a lo “real mágico”, a la convivencia con espíritus que solicitan acciones o tienen un objetivo. En esta novela el fantasma de Beloved va creciendo en función de un duelo que por el horror de la muerte es casi imposible de resolver. Cuando aparece Paul D. un compañero de plantación de Sethe, la madre asesina, parece que un rayo de deseo de vivir entra en la casa 124 y abre una pequeña grieta en lo nefando, pero la conciencia, el dolor se hacen tan resistente que se convierte en carne y Beloved es tan real como poderosa, un verdadero muro para pasar página.

    A propósito de la casa, que es otro personaje de la obra, el libro empieza así “En el 124 había un maleficio, el veneno de un bebé”, un comienzo que profetiza ya, no solo el dolor, sino también el terror en un espacio, un bebé maléfico que es un recurso propio del cine de terror, nada más espantoso que el odio, y el rencor, la maldad donde debiera haber inocencia. Por extensión, una madre filicida, otro recurso contra natura que nos horroriza, pero que el horror real, el del apropiamiento del cuerpo, del trabajo, de la sexualidad, de la maternidad, de la posibilidad de evolucionar por parte de los esclavistas reduce a lo micro, lo que aún por comparación  nos conmociona más.

    Y es que nunca habíamos pensado en la tragedia que supone anular la capacidad de aprender, la posibilidad de cambiar, de decidir, que los hijos de las esclavas negras fuesen desde sus vientres parte de la manada, esclavos de tres centímetros, fetos destinados a no ser sin otro, ni un minuto suyos, crías y paridoras, y se pregunta una ¿qué era de las mujeres negras que ya no podían trabajar ni parir nuevos esclavos? Y podemos caer en la culpabilidad, aunque no seamos culpables, solo por ser blancos, nos desasosiega tamaño ejercicio de posesión y solo nos queda el recurso de trabajar en el presente por los esclavos y esclavas de ahora, los que pertenecen a amos en países de moralidad sesgada y a tantas mujeres que permanecen sin pertenecerse en todo el mundo.

    Esta es una historia de horror y sufrimiento, no es una lectura para entretenerse, aquí se viene a ponerse en el lugar de todos aquellos esclavos arrancados de sus aldeas en África o nacidos en cautividad, a sentir los latigazos de Sethe, a pasar la mano por las cicatrices en forma de árbol de su espalda que nos recuerdan el Martirio de Jesucristo, a interrogarnos sobre qué significa ser buena madre y querer a los hijos. Quizás, ser buena madre sea acabar de raíz con la certeza de violaciones y partos, de que les quiten a los hijos y los vendan, de trabajar de sol a sol y dormir en un barracón infecto, de no tener nombre, de que te lo cambien, de que te nombren por el nombre de la plantación, de no ser nada sino de alguien. Quizás acabar de raíz con todo ello sea la mejor solución, pero qué dureza, qué espanto.
    Toni Morrison fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura 1993. Una mujer y de raza negra. Pero no lo ganó por eso, porque su obra es realmente buena, tiene un contenido histórico, una visión humana de la que se había desposeído al hombre negro, una forma inteligente, muy inteligente y exigente para el lector, llena de simbolismos que comprende que detrás de aquella fuerza de trabajo había seres humanos en los que ella profundiza, con sentimientos, lo que hace la esclavitud más perversa y dolorosa. Toni dibuja a brochazos que hacen un cuadro pese a que todo el lienzo no está cubierto, dejándonos numerosas preguntas, y nos sumerge en una literatura de tensión entre el goce de la prosa poética, creativa y original y el sufrimiento, como un collage de colores alimentarios ligeramente removidos en leche. La genialidad también se centra en la estructura y la técnica narrativa, todos los personajes tienen voz, hablan por sí mismos, de esta forma se consigue saber no sólo lo que sienten sino cómo se ven a sí mismos, un recurso complicado y poco utilizado que no hace más que demostrar el dominio del oficio. Utiliza el diálogo interior, el flujo de conciencia del que Joyce es un maestro y resulta muy interesante para el conocimiento de los protagonistas. Quizás por poner alguna pega, se siente un final un poco apresurado, pero también muy abierto en sintonía con el resto del libro.

    En cuanto a la traducción al español de Iris Meléndez hemos de lamentar que no recrea el ambiente lingüístico sureño, la traductora usa un español estándar con el que nos perdemos toda la idiosincrasia del inglés de los estados del Sur y más aún de la población esclava, evitándonos los giros, muchos simbolismos, y las diferencias sociales por el lenguaje. La metedura de pata es más grande en cuanto este año celebramos el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós, un maestro en reproducir el lenguaje de todos los estamentos sociales, las regiones de España y particularidades de los oficios. La comparación es lamentable. Una cuestión que nos hemos perdido por este motivo es el matiz que subyace en cómo se llamaba a los esclavos Man, hombre, pero como el que lo llama macho en dicotomía con hembra, de manera que la forma de ser hombre no tenía que ver con su consideración de persona, era un hecho animal, como cuando se apartan las cabras, los machos de las hembras, no podemos ni imaginarnos los problemas de incoherencia personal que este hecho puede producir.

    En “Llina, un Camino de Identidad"de Ana Eugenia Venegas hay un momento en el que se cuenta la anécdota que llevó a una mujer a hacerse vegana. Y es que, en una de sus estancias en Australia, vivió en un rancho con vacas. Un día, se dio cuenta que las vacas estaban todas juntas y temblando, “como un terremoto, movían el suelo”. Preguntó qué pasaba y le señalaron un camión que estaba llegando, el camión del matadero. Las vacas sabían que se llevaban a algunas y nunca volvían y lo que es peor, sentían miedo. Desde entonces no ha vuelto a comer carne. Y salvando las distancias, nos interrogamos sobre nuestro derecho sobre otros seres que pueblan la tierra y cómo no queremos saber si sufren, si son inteligentes, porque los estamos usando y saberlo sería intolerable. Aquellos esclavistas estaban convencidos de que los hombres y mujeres negros no eran humanos, que no sentían como nosotros, que no tenían necesidad de dignidad ni de libertad, que “llevaban la selva dentro”, y esto es así  porque de lo contrario su religión y su conciencia no se lo hubiera permitido. Horrible.

    El tabú sobre el filicidio nos parece una monstruosidad desde nuestro púlpito del primer mundo, pero no es nuevo por mucho que nos trastorne. En la antigua Esparta se producía la selección de los más sanos y fuertes, y eso no es cuestión de palabras, es coger a un bebé tirarlo por una ladera para que se lo coman las alimañas, ¿cuántas mujeres habrán decidido que era mejor matar o dejar morir a sus hijos que someterlos a la vida que les toca vivir? No queremos ni saberlo. Sethe se había alimentado de leche y sangre, eso condiciona, estructura la conducta.

    Pero Toni no parece estar tan interesada en el crimen, de hecho, toda la trama del libro está en las primeras páginas, más bien, está interesada en cómo se convive con ello y Sethe se exilia al 124 y se revuelca  en el hecho todo el día, tiene la presencia del bebé que crece y vive en el pasado. Ahí, en ese nido de dolor donde se desarrolla el fantasma de Beloved, Sethe se deja llevar autodestructivamente. La hija Denver, nacida tras la tragedia sufre la situación, convive con todo el influjo del dolor, con el miedo a que su madre la mate también, con la materialización de su hermana muerta pero finalmente da un paso al frente y decide vivir y luchar, trabajar, buscar ayuda, se enfrenta y hace algo. Sin embargo, sus dos hermanos escapan, nunca aparecen en la obra, desertan de ese espacio que les impide desarrollar una vida al margen del asesinato de una hija por su madre que impregna las paredes y ocupa el aire. La abuela hizo lo que pudo por mantener a su hija, pero enferma, murió. Finalmente, Paul D. reacciona escapando, pero regresa por Amor. Sí hay esperanza, sí hay vida después de un hecho monstruoso, lo difícil es resolver el duelo, lo difícil para un ser sensible e inteligente, una mujer negra esclava sensible e inteligente es resolver el duelo. Toni Morrison nos pone delante de los que los esclavistas no querían ver, la humanidad, la sensibilidad, la inteligencia y el dolor de los esclavos, porque se les hubiera estropeado el invento. Es una maestra de la Literatura que despierta conciencias

    Hay literatura interesante de contenido esclavista americano como “Matar a un Ruiseñor” de Harper Lee, así como números filmes, pero nunca había conseguido meterme tanto en la piel de una mujer negra y esclava. Este libro produce una inflexión en la literatura de este género porque se vive desde dentro y el dolor es más duro y más triste, pero también más bello.

    Aunque ya hemos dado un un pequeño brochazo, el tema de los nombres es otra de las cuestiones importantes del libro, tanto lo ya dicho sobre de desposesión del nombres de los esclavos, como el nombrarlos como propiedad de…, también numerarlos, porque demuestra el poder de los definidores, no de los definidos. Beloved dice “No me llamo nada”, siempre fue “la que gateaba” y murió antes de que su madre pudiera poner en su lápida Beloved, amada, su hija amada. Cuando el fantasma se hace carne para echar la esperanza en forma de Paul D. que amaba a Sethee, Beloved lo seduce y le dice, tócame dentro y llámame por mi nombre si quieres que me vaya, pero no supo su nombre, no lo tenía. Por otra parte, la plantación de los horrores se llamaba Sweet Home, que para los esclavos no era ni hogar ni dulce.

    Muchos fueron los esclavos que, tras la Guerra de Secesión, tras conseguir por ley su libertad, decidieron quedarse en el mismo sitio, por un salario de un plato de comida y su rincón en la barraca. Y nos remitimos a “La profecía autocumplida” acuñada por el sociólogo Robert K. Merton, una teoría que se fundamenta en la mentalidad de las personas a las que se les ha dicho desde siempre que no podrían hacer algo, que no son capaces, que no son inteligentes, que no están capacitados, y claro, ante el miedo al fracaso, prefieren lo malo conocido que lo bueno por conocer, la seguridad, sobre todo porque están tan maltratados que no confían en nada ni en nadie. También hay que tener en cuenta que a estas personas se les negó siempre la formación y sin herramientas es muy difícil construir el yo.

    Finalmente, ha sido muy interesante leer esta obra, es verdad que te puede hacer sentir culpable, pero el pasado no se puede arreglar, realmente lo positivo es que nos hace observar el horror y el dolor con una prosa y una estructura bellísima, y que lo que podemos hacer es evitar el tráfico y la posesión de personas dentro de nuestras posibilidades, al menos tener conciencia de ello, que no se nos ocurra olvidarnos que las personas y muchos animales tienen sentimientos y que sería un horror ser poseídos, privados de libertad y sin identidad propia.

    El próximo 10 de febrero nos volveremos a reunir para profundizar en "El Baile" de Irène Nemirovsky.

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