Nuestra Tertulia Literaria del mes de diciembre tuvo
lugar en uno de los salones del Marbella Club navideñamente decorado. El libro
que discutimos fue El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, escrito entre
1954 y 1957. Rechazado en un principio por las editoriales Einaudi y Mondadori,
fue publicado póstumamente por la editorial de Giangiacomo Feltrinelli en 1958.
La novela, cumbre de la literatura italiana del siglo
XX, es protagonizada por Don Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, patriarca de
una de las familias más importantes de Sicilia y hombre imponente, inteligente,
voluptuoso, extremadamente religioso y muy melancólico.
Las seis primeras partes de la obra narran las vicisitudes de la Casa de Salina ante la unificación italiana en un arco temporal que va de 1860 a 1862. La primera fecha coincide con el desembarco en Marsala de las tropas de Giuseppe Garibaldi, y la segunda, con su detención en la batalla de Aspromonte, que frena su tentativa de conquistar Roma. Un proceso histórico de fondo que supone la proclamación del nuevo reino de Italia y el fin del reino borbónico de las Dos Sicilias. Proceso inscrito en un episodio clave de la historia contemporánea de Italia: el Resurgimiento, versión nacional de las revoluciones liberales francesas decimonónicas que ponen fin al Antiguo Régimen.
La séptima parte es la muerte de Don Fabrizio con 73
años, habiendo «…vivido, vivido, un total de dos... o a lo sumo tres años…» …y con
70 años de dolor y de tedio.
En la última parte, la muestra patente del declino de
casa Salina y todo el escepticismo de la novela afloran en una pequeña escena
donde un sacerdote piamontés, que no por casualidad comparte origen con el
nuevo Estado italiano, declara falsas la mayoría de las reliquias que las
beatas hijas del príncipe -señoritas y viejas- custodian en su capilla. La
novela termina con una bella alegoría a la nada, al vacío, al final: el perro Bendicò,
muerto cuarenta y cinco años antes, embalsamado desde entonces, nido de arañas
y polillas y odiado por la servidumbre, que desde hacía decenios pedía que lo
arrojasen al cubo de los desperdicios, es «arrojado en el rincón del patio que
el basurero visitaba cada día: mientras caía desde la ventana, recobró por un
instante su forma: hubiera podido verse danzar en el aire a un cuadrúpedo de
largos bigotes, que con la pata anterior derecha levantada parecía imprecar.
Luego todo se apaciguó en un montoncito de polvo lívido.»
A todas las participantes nos ha gustado muchísimo la
obra y hemos discutido varios de sus aspectos que a continuación trataré de
resumir.
El estilo de la novela es tan barroco como el estilo
de los palacios y su rica decoración típicamente barroca: el estilo perfecto
para expresar la riqueza y el poder de la aristocracia local, así como su
decadencia. Preciosas son las escenas donde los macacos y los papagayos del
entapizado del salón rococó y las divinidades del cielorraso cobran vida, se
despiertan, se declaran amos del palacio y los cuadros de los feudos
-eventualmente ya idos como golondrinas en septiembre - son capaces de hacer reproches.
En otro momento: «En el techo, los dioses, reclinados en sus dorados sitiales,
contemplaban la escena, sonrientes e implacables como el cielo del verano. Se
creían eternos: en 1943 una bomba fabricada en Pittsburgh, Pensilvania, se
encargaría de demostrarles lo contrario” – Igual que los sicilianos, que se
creen perfectos, dioses eternos.
El narrador es un narrador omnisciente. El Gatopardo
no es una novela de hechos, sino de ideas. Los hechos se exponen según los
cánones de la narración tradicional en la medida en que sirven para ilustrar
una realidad sobre la cual el libro ejerce su crítica. Pese a las apariencias,
no es una novela histórica y no es la reconstrucción rememorativa e ilustradora
del pasado, sino que se refiere a la cuestión de los cambios de época, en este
caso vividos por una persona que debe cuestionarse su identidad a raíz de las
transformaciones de su presente, porque ya no puede pertenecer a él, porque ya
no cabe en el entorno histórico. El orden social que hasta ahora ha sido
inmutable, cambia radicalmente y don Fabrizio entiende que «todo tiene que
cambiar, para que nada cambie» (frase que desde entonces se conoce como gatopardismo).
Es cinismo y oportunismo político, la Sicilia de antaño ya está perdida y se
ven los orígenes de la Sicilia moderna.
El autor describe una historia personal extraordinaria
con gran conocimiento del alma humana, de la historia, de la política y de cómo
las personas reaccionan al cambio. Se teje un paralelismo entre la vida del
príncipe y la época con su decadencia social. Don Fabrizio, el Gatopardo, se
siente incómodo: lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir. Sin
embargo, el príncipe se distancia poco a poco de la revolución en marcha y
crece la nostalgia por un mundo perdido, al que siente haber traicionado para
apoyar la suerte política de su sobrino Tancredi.
Dos temas acompañan la obra de manera permanente: la
melancolía y la muerte. El Gatopardo permite una lectura en clave existencial
que trasciende su contenido histórico y político. Así, la nostalgia del príncipe
de Salina ante el derrumbamiento del mundo al que pertenece da forma a un
relato sobre la muerte, la preparación para ella y su aceptación. De hecho, en
el libro abundan las imágenes y reflexiones sobre la contingencia de la vida
que acompañan el tránsito del príncipe de Salina hacia su propia muerte. La
muerte es el consuelo supremo que los jóvenes ignoran. Para los jóvenes el
conocimiento de la muerte era puramente abstracto es algo que solo afecta a los
demás. «Don Fabrizio pensó que a la profunda ignorancia de aquel consuelo
supremo se debía el que los jóvenes fueran tanto más sensibles al dolor que los
viejos: porque estos saben que la puerta de escape está más cerca.»
Todas resaltamos la sensualidad de la novela que se
manifiesta permanentemente tanto en Angélica como en las descripciones del «jardín
para ciegos», lleno de olores, de las comidas, de los paisajes, del clima. Las
rosas que huelen a «muslo de una bailarina de la ópera» pero que Bendicò,
cuando se la ofrece, retrocede asqueado. Hasta la muerte es descrita con
sensualidad: Durante la cacería don Fabrizio, después de matar un conejo,
siente «además del placer de matar, el goce tranquilizador de compadecer». Y
cuando él muere, aparece «ella, la criatura que siempre había deseado; venía a
llevárselo; era extraño que siendo tan joven hubiera decidido entregarse a él;
el tren debía de estar por partir. Cuando su rostro estuvo frente al suyo,
levantó el velo y así, pudorosa, pero dispuesta a ser poseída, le pareció más
bella aún que todas las veces que la había entrevisto en los espacios
estelares. El fragor del mar cesó por completo.»
El papel de la mujer se basa en el modelo femenino
binario típico del sur italiano: los dos personajes femeninos principales,
Concetta y Angelica, una encarna la religión y la otra la sensualidad. Pero la
figura de Concetta y su destino son conmovedores. La culpa de su infelicidad la
tienen los demás, especialmente el padre que la había sacrificado. Siente
lástima de sí misma y siente haber sido víctima de una injusticia, siente dolor
y pena. Pero al final, cuando hasta el pobre Bendicò le despertaba recuerdos
amargos y lo tira a la basura, no siente nada y el vacío interior es total.
No conseguimos concordar en si el sentido del humor
con el que son tratados muchos temas es realmente humor o cinismo. También
quedó un gran interrogante: ¿es el libro sólo pesimismo o se entrevé alguna
esperanza?
En fin, la novela es tan maravillosa que nos hemos
preguntado cómo es posible que ni Einaudi ni Mondadori la hayan entendido…
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