
En principio, la lectura merece la pena
porque nos enfrenta con la realidad histórica y de memoria alzheimerica de
nuestra percepción. Y es que el imperio otomano no terminó hasta el siglo XX,
pasada la Gran Guerra. Y que, aunque a veces, sintamos que los temas que se
presentan en la obra son medievales, la esclavitud, la peste, los piratas, los
sultanatos, a los que se refiere, están fechados en el siglo XVII.
Aunque la apreciación que más se reiteró en
la tertulia fue la de repetitivo, hemos encontrado numerosos temas de interés y
comprensión por el tempo de la literatura de estas latitudes, menos dadas a la
inmediatez. Cierto es que los devenires de la relación entre esclavo y maestro
está marcada por sucesivas tandas de buena y mala relación, amor-odio, sobre
todo de la actitud soberbia, de amo, acomplejada-insegura, poco estable,
demandante, agradecida, exigente, intolerante, a ciclos del maestro que, en
momentos de equilibrio, consigue, sumando con los conocimientos del esclavo,
los más sonoros éxitos de su carrera de hombre de ciencias, de ingeniero. “El
conjunto es más que la suma de las partes” como dirían los teóricos de la
Gelstad. Esta idea, la siembra el autor en nuestras mentes y es cuando
sospechamos que el compromiso ideológico del autor trabaja en función de
apostolado. ¿No seríamos más productivos en todos los aspectos si trabajásemos
juntos?

Una vez más, alguna socia sintió que el
compromiso ideológico del autor, armenio de origen y a favor de la admisión del
genocidio turco al pueblo armenio, muy interesado además en señalar que la
frontera entre oriente y occidente, como la de la provincia de Cádiz con la de
Málaga es una división política, de forma que en unos metros la sociedad no
puede ser oriental u occidental y, por ende, como de Marte y de Plutón, diferentes
e irreconciliables. Pero la verdad es que no sólo físicamente, sino también en
la profundidad del ser humano, en su curiosidad intelectual, en los
conocimientos universales que nos someten a todos, la física, la química, la
medicina, somos muy intercambiables y como dice el propio Pamuk, por tanto,
iguales (en boca del sultán).
Alguna socia habló de síndrome de Estocolmo por parte del Veneciano que
fue atrapado por los piratas (guiño a Cervantes) durante una travesía y regalado
como esclavo al maestro. Una atracción grande debe haber, porque no intenta
escapar, sólo se separa de él durante la epidemia de peste y vuelve sin
resistencia. Lo que si es cierto es que hay una dependencia intelectual de
ambos que fructifica e incluso crea una máquina de guerra (guiño a Leonardo Da
Vinci) que queda atrapada en el barro como los tanques alemanes a las puertas
de Varsovia. Como se puede apreciar, si no tienes ciertos conocimientos no se
puede apreciar la obra en su valor.

Se valoró mucho el personaje del sultán que
va evolucionando al crecer desde niño y sobre todo el capítulo apostrófico
final por el que se comprende gran parte de la obra.
El Castillo Blanco es el lugar donde queda
el arma que construyen los dos sosias, pero es también el lugar de la disociación
y es muy curioso que estos hombres que no habían tenido nombre hasta ese
momento, sólo maestro y esclavo, pasen en ese momento a ser otros, un “Él” (que
aparecerá en mayúsculas, para el maestro que se va a vivir la vida del esclavo
y un certeza del “Yo” como autor del manuscrito (el encuentro de un manuscrito
es la técnica narrativa), para el esclavo que toma el lugar del maestro. Un
documento donde se reflejan las conversaciones (guiño a Sócrates) y los
acontecimientos de todos aquellos años de simbiosis o fusión.
La próxima tertulia será el 12 de agosto y
trabajaremos sobre “La Puerta” de Magda Szabó.
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