Una opinión mayoritaria de socias fue considerar
“Siete Casas Vacías” como una obra de enjundia literaria, muy bien escrita, que
te atrapa y te lleva a las profundidades del alma humana, al egoísmo, la
locura, la maldad, la muerte, la falta de adaptación o de resignación, de
habilidades sociales y para la vida. La obra es un espacio, un ecosistema, un
clima irreal en base a perversas realidades cotidianas, dentro dela normalidad, la muerte de un hijo,
la demencia senil, los egoísmos tumorados en las relaciones familiares, una
visión en tubo de la existencia humana que produce horror, angustia, rechazo,
un daño gratuito que algunas compañeras no quisieron afrontar y desistieron.
Esta literatura de lo feo, de lo horroroso
requiere de un conocimiento del ser humano que entendimos la autora tiene, pero
que nos sorprende por su juventud y nos preocupa que haya vivido en piel
propia. Como dijo una compañera, la
autora se ha metido en los personajes, en su mente, pero es que la perturbación
de la mayoría de ellos, sus vivencias patológicas hacen muy especial la obra.
Samanta es capaz de hacernos sentir el
interior de una vieja egoísta, rencorosa, con una incapacidad grave para amar,
el amor que podría curarlo casi todo, pero que la protagonista de “Respiración
Cavernaria” no contempla, su vida es una sucesión de pensamientos malvados, de
pequeñas venganzas, suspicacias y una terrible omisión de socorro que la
convierte ante el lector en una especie de asesina. Porque como una tertuliana apuntó, esta obra
necesita del lector para eclosionar con fuerza, necesita el alimento de los
propios demonios para hacer crecer la planta de la ignominia.

En la colección de relatos se muestran
simultaneas la malicia y la locura, como hechos cotidianos. Una niña se educa
con una madre que va con el coche destrozando jardines, una madre que se
avergüenza de los abuelos, un pobre hombre que quizás no fuese un pederasta
pero que la locura de la desconfianza social lo juzga como tal, una desgracia
de esta sociedad que nos aleja de los niños para protegerlos, priva a los
mayores de su inocencia y a ellos de la experiencia vicaria. ¿Será esto el
triunfo del mal? Más de una nos lo preguntamos. Esto dio para un interesante
debate sobre el Mal, su capacidad de contagio, su manera de esconderse, de
engañarnos, pero también alentó la reflexión de que cualquier tiempo pasado no
tiene que ser mejor, como diría Javier Gomar, el hombre tiene mecanismos de
defensa.
La incomodidad que produce esta colección
de relatos deviene de “habernos quitado el orden”, como se planteó, el ser
humano necesita bases sólidas sobre las que construir su edifico, y aquí
encontramos ascendientes con comportamientos ajenos a los valores que nos dan
consistencia, abdicantes de los roles que nos llevan a trascender.

El próximo 12 de Junio volveremos a
reunirnos, esta vez para analizar “Mi Planta de Naranja Lima” de José Mauro de
Vasconcelos, ojalá nos haga palpitar, tenemos el corazón encogido.
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