martes, 1 de julio de 2014

Discurso de la Presidenta de la Asociación Matritense de Mujeres Universitarias

Actividades de Nuestras Socias de Madrid:

Escrito  por Julia Gómez en Amuberriak






La aportación de las mujeres al enriquecimiento del mundo. Por María Luisa Maillard. Parte I


María Luisa Maillard, Presidenta de A.M.M.U.


El pasado 4 de Abril tuvo lugar en el I.E.S Legio VII, de León, la entrega de los Premios de Conocimiento, instituidos por nuestra Asociación hermana de Madrid, AMMU. Con tal motivo, su presidenta María Luisa Maillard, ofreció una  conferencia con el título " La aportación de las mujeres al enriquecimiento del mundo". 
Por su interés, hemos creído conveniente reproducirla en nuestro Blog asociativo. Si bien por su longitud, nos ha parecido oportuno dividirla en dos partes. 

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Buenos días. Quiero agradecer a la Directora del Instituto Legio VII la celebración de este acto, así como su colaboración en los proyectos que llevamos a cabo la Asociación de Mujeres Universitarias. No puedo menos de felicitar con antelación a la ganadora de nuestro concurso de conocimientos, en la modalidad de Lengua, la alumna María González Vicente.
He venido aquí a hablar en nombre de la Asociación Matritense de Mujeres Universitarias, que pertenece a una Federación Internacional, que existe desde los años 20, que engloba ya a 160 países de todo el mundo y cuya finalidad es trabajar para el desarrollo de la mujer, a través de la educación y la cultura, en todas las etapas de su existencia.

A este objetivo fundamental se ciñen los proyectos que, dentro de nuestra modestia, elaboramos desde la Asociación que presido y que actualmente hemos centralizado en dos:

1º La elaboración de una colección de biografías de mujeres, que ya iniciamos en el año 2009 y que ha alcanzado el nº 24.

2º La convocatoria de un concurso de conocimientos en las dos materias fundamentales y troncales, Lengua y Matemáticas, que entendemos son la base de la adquisición de conocimientos y que actualmente presentan unos pobres resultados, según refleja el informe PISA.

Siempre que presento alguna biografía nueva de nuestro proyecto más antiguo, la colección de biografías de mujeres que han aportado un enriquecimiento de la cultura en cualquier terreno del saber, subrayo sus dos objetivos fundamentales:

1º Demostrar que, desde que las mujeres accedieron al conocimiento, no ha habido un terreno del saber en el que no hayan destacado, desmontando cualquier resquicio de duda que pudiera aún mantenerse respecto a la capacidad intelectual de las mujeres.

2º Romper una lanza a favor de la cultura y recordar a las más jóvenes, que hoy en día se encuentran saturadas por tantos modelos exitosos que promueven un ideal de mujer, centrado en el mundo de la moda y de la imagen, que ha sido a través del acceso a la educación, que en este momento le sigue estando negada a tantas niñas de África, Asia y Extremo Oriente, cómo la mujer ha logrado su pleno desarrollo como persona. No podemos ni debemos como mujeres relajarnos en esta defensa de la educación y la cultura.


Pero hoy, quiero dar un paso más allá y lo quiero hacer respondiendo a un reto que en 1975 lanzó una de nuestras presidentas, Soledad Ortega, en una conferencia en la Fundación Universitaria Española. La mujer en Occidente, dijo allí, ha logrado ya su plena ciudadanía y su acceso a la educación. La pregunta ahora debería ser: qué es lo que puede aportar la mujer a un mundo y a una cultura que hasta hace relativamente poco tiempo estuvo casi de forma exclusiva en manos de los varones. Es una pregunta reiterativa desde hace tiempo en los círculos feministas. Cuando estuvimos en el Instituto Cervantes de Bruselas presentando nuestra biografía de Emilia Pardo Bazán, escrita por Inés Alberdi, la diputada de los Verdes en el parlamento alemán, Gabriele Küpper, que se encontraba en la presentación, me preguntó si yo creía que las mujeres escribían de forma diferente a los hombres. Le contesté que esa no era la pregunta correcta. A veces sí; a veces, no, porque no hay que olvidar que, en cualquier época, los humanos procuramos adaptarnos al modelo exitoso de comportamiento social y habrá mujeres que, en territorios y profesiones específicas, quieran seguir imitando el comportamiento masculino por ser un camino más claro hacia el éxito.

Pero yo creo que sí se puede responder a la pregunta de Soledad Ortega, y para ello tenemos que bucear en el camino de aquellas mujeres que sí han aportado un elemento diferencial en las distintas disciplinas que han cultivado. Y para hacerlo, tengo un material inestimable en la galería de mujeres de nuestra colección, de las que ya están y de las que no tardarán en estar. Voy a hacer un breve apunte, para ir abriendo boca, refiriéndome a tres de las grandes filósofas del siglo XX, Hanna Arendt, Simone Weil y María Zambrano y a una economista: Joan Robinson. Las cuatro tuvieron a hombres como maestros. ¿Cómo siguieron su propio camino desde estas enseñanzas?


Hanna Arendt situando el concepto de natalidad como una categoría fuerte en su pensamiento frente al "ser para la muerte" de Heidegger, y teniendo el valor de adentrarse en territorios vedados en el mundo intelectual de su época, como el totalitarismo stalinista o "la banalidad del mal" representada en algunos dirigentes de la Alemania nazi, lo que le valió los ataques furibundos de prácticamente toda la intelectualidad judía a la que ella pertenecía. María Zambrano introduciendo en "la razón vital" de su maestro Ortega, esos saberes sobre el alma como la esperanza, el amor y la piedad, que Ortega no contemplaba por estar próximos al "irracionalismo", en las propias palabras de Zambrano: "adentrándome en caminos donde la razón vital de Ortega no osaba entrar". Simone Weil, una gran teórica, bajando a la arena de las fábricas y las trincheras para hacer carne y sangre su pensamiento. Finalmente Joan Robinson, discípula de Keynes formulando a sus colegas preguntas que la Ciencia Económica no podía –ni creo que aún hoy en día puede- admitir. Preguntas como esta: ¿queremos la recuperación del crecimiento para mantener y aumentar las desigualdades de consumo y, por tanto, las desigualdades entre los hombres?

Algo nos estamos aproximando a nuestro asunto. No apreciamos en las propuestas de estas mujeres rastros del nihilismo que dominó el pensamiento y el arte europeo desde finales del siglo XX. Estamos oyendo hablar de natalidad, de esperanza, de experiencia, de sentimientos. Pero sigamos adelante porque, siempre de la mano de estas grandes teóricas, quiero afrontar más directamente el problema desde el terreno de la ciencia. ¿Y por qué la ciencia y no la filosofía y no el arte? porque qué duda cabe que la interpretación del mundo en la actualidad, incluida la de la interioridad humana, nos viene de los increíbles adelantos científicos y técnicos del Siglo XX, cuyo influjo sobre la mentalidad colectiva del mundo occidental es hoy ya un hecho incuestionable.

A principios del siglo XX hubo un gran debate en Europa sobre la ciencia, su avance imparable y su intento de colonizar toda la vida del hombre. Heidegger, Nietzche, Ortega, Max Scheller y un largo etcétera vertieron sus opiniones y sus reparos sobre lo que estaba significando este avance de la ciencia en la concepción del hombre y en sus relaciones con el mundo, donde entraban, cómo no, sus semejantes. Quizá uno de los textos más significativo sea el de las conferencias que impartió en Viena Husserl los días 7 y 8 de mayo de 1935, en las que alerta sobre el olvido del sentido de la vida humana que conlleva la prepotencia del objetivismo científico moderno. Para este autor Europa no puede distanciarse del espíritu ni del sentido racional de la vida que constituyeron los principios de su existencia; el fracaso aparente del racionalismo, visible en el pensamiento y en el arte de la época, no es sino su "enajenamiento" en el seno del naturalismo y el "objetivismo".


Simone Weil, una de nuestras mujeres biografiadas, gran conocedora del mundo de las matemáticas ya que su tesis final de estudios superiores llevaba por título "Ciencia y percepción en Descartes", también estudió con detenimiento lo que supuso el avance de las ciencias en la concepción del hombre y su relación con el mundo.

La ciencia clásica que suscitó el Renacimiento y que pereció hacia 1900, pensó el Universo en base al modelo de relación entre una acción humana y las necesidades que la obstaculizan y le imponen condiciones. Logró así someter todo estudio de un fenómeno a una única noción derivada del trabajo y el esfuerzo: la energía. Aunque heredera de la ciencia griega, esta ciencia clásica ya estaba ajena  a conceptos como equilibrio, armonía o justicia que aún se encontraban en el fundamento de la concepción del mundo de los griegos para los que el amor, el arte y la ciencia no eran sino aspectos del movimiento del alma hacia el bien. En una palabra, la ciencia clásica se encontraba del todo ajena al concepto del bien. La ciencia clásica no era bella ni aspiraba a la sabiduría; pero aún estaba relacionada con la experiencia humana.

Según Simone Weil, la ciencia del siglo XX es la ciencia clásica, después de que se le ha sacado algo. No se le añadió noción alguna y no se le agregó aquello cuya ausencia había sido su gran falla: la relación con el bien. Lo que se le extrajo fue la analogía entre las leyes de la naturaleza y las condiciones del trabajo, es decir, su relación con la experiencia humana. Y este fue el gran avance que procuró la teoría de los quanta al reducir la descripción de los fenómenos a fórmulas algebraicas, cuya peculiaridad es que no significan nada, aunque sean operativas, y por tanto, no pueden ser comprendidas por alguien ajeno al lenguaje algebraico.

Según palabras de Simone Weil: " Aunque el bien estuviera ausente de la ciencia clásica, durante el tiempo en que la inteligencia que actúa en la ciencia fue sólo una forma más agudizaba de aquella que elabora las nociones del sentido común, al menos hubo alguna vinculación entre el pensamiento científico y el resto del pensamiento humano, incluyendo el pensamiento sobre el bien. Pero incluso esa vinculación tan indirecta se rompió después de 1900. Personas que se decían filósofos celebraron el desacuerdo entre la razón y la ciencia; por supuesto, consideraban errónea a la razón".
El nuevo cientifismo será capaz de amoldarse a todas las modas, sigue diciendo la autora, excepto a lo que es de orden auténticamente espiritual y por ello, a todo lo que refiere a la parte espiritual del hombre, incluyendo sus pasiones, sus sentimientos y su aspiración al bien y a la belleza.
Vamos a hablar ahora de dos mujeres científicas Barbara McCintock y Rita Levi Montalcini para centrarnos en sus aportaciones específicas sobre esa disociación que nos presenta hoy en día la interpretación científica del mundo, separada de la experiencia y separada del bien para finalmente retomar el lenguaje filosófico y establecer un pequeño diálogo ciencia-filosofía entre María Zambrano y Rita Levi Montalcini.


Barbara McClintock, nacida en 1902 se dedicó tempranamente a la investigación genética y ya en 1940 descubrió los llamados popularmente "genes saltarines", es decir descubrió que los cromosomas tienen elementos móviles que van saltando por el genoma e insertando nuevas copias de sí mismos a lo largo de aquel. Sin embargo cuando presentó su descubrimiento a la comunidad científica en 1951 en el simposio de Cold Spring Harbor, éste fue recibido con incredulidad y rechazo. De hecho no consiguió el Premio Nobel por su descubrimiento hasta 1983, casi treinta años después, cuando los físicos refrendaron sus hallazgos.

¿Qué había sucedido? Que el método de Barbara se alejaba del método establecido por la comunidad científica como válido. Ella se negaba a parcelar los fenómenos para estudiarlos mejor en el laboratorio. Su método consistía en una escucha atenta de la naturaleza, concretamente del maíz, su objeto de estudio. Ella plantaba la semilla, la veía crecer y la "escuchaba" antes de analizar sus cromosomas en el laboratorio. Se negaba a separar la ciencia de la experiencia y de la intuición humana. Se negaba a simplificar los fenómenos, en su confianza de que era una escucha atenta al organismo como ser vivo lo que permite descubrir sus secretos sin violentar la vida que reside en él porque en sus propias palabras: "un organismo no es un trozo de plástico". Con esta postura Barbara cuestionaba la ortodoxia científica e introducía en la ciencia una serie de elementos incómodos. La intuición, la creatividad, la paciencia y sobre todo, un respeto inmenso por la Naturaleza a la que no pretendía dominar ni violentar, sino descubrir sus secretos mediante "una escucha atenta".


Rita Levi Montalcini, recientemente fallecida el 30 de diciembre de 2012 a la edad de 103 años, investigadora del cerebro y descubridora del factor del Crecimiento Nervioso, por el que recibió el Premio Nobel en 1986, aparte de desarrollar una gran tarea educadora y divulgativa para que los avances científicos pudieran ser comprendidos por los profanos en la materia, hizo algo también muy poco habitual: habiendo dedicado su vida a una labor investigadora del cerebro, altamente especializada, se negó a la especialización, se negó a que los terrenos de las ciencias y de las humanidades , donde habitualmente se han alojado las grandes preguntas sobre el hombre  y su destino, estuvieran separados por una barrera infranqueable. Ella, en su largo periodo de jubilación, ha aplicado sus descubrimientos científicos y su larga experiencia para intentar comprender algo más de ese ser humano que, según palabras de Zambrano, se encuentra escondido a sí mismo y ello me va a dar pie para imaginar un breve diálogo, que espero sea fructífero entre Rita Levi y una filósofa como María Zambrano, en torno a un tema que ambas comparten: el hecho de la imperfección de la naturaleza humana y la mejor manera de afrontarlo.

Vamos a reflexionar un poco sobre este punto, el de la imperfección de la naturaleza humana, que no es ajeno al debate filosófico ni al mundo de la creación literaria, porque es quizá el nudo gordiano que aproxima a ambas mujeres desde sus distintas disciplinas.

Ya Píndaro definió al hombre como "el sueño de una sombra" y nuestro Segismundo inmortalizó su indigencia en la célebre frase de "que el mayor delito del hombre es el haber nacido"; pero es a partir de la crisis de la razón discursiva, a finales del siglo XIX, cuando la filosofía comienza a generalizar este concepto. Por sólo citar algunos de los filósofos que subrayan este aspecto crucial del hombre, citaremos a Husserl, a Nietzsche quien en su libro Genealogía de la moral califica al hombre como "un animal enfermo" y a Max Scheler quien en su libro El puesto del hombre en el cosmos subraya su condición indigente. Todos ellos coinciden en que el hombre es un ser imperfecto, que no nace adaptado a su medio, como el resto de los seres vivos, y que es en la forma de asumir dicha carencia donde se encuentran las posibles  salidas; pero también los callejones sin salida.

Uno de los últimos autores en afrontar este hecho es Paul Ricoeur, quien entiende la indigencia bajo el concepto de fragilidad. En principio dicha fragilidad proviene simplemente de que el hombre está abocado a la enfermedad y a la muerte, pero, para este filósofo, existe un elemento activador de esta situación que no es otro que el poder que el hombre desarrolla para afrontar su propia fragilidad. Este aumento de poder significa, según este autor, un aumento de la fragilidad, desde el hecho comprobable de que el hombre es y ha sido siempre una amenaza para el hombre. Por ejemplo la multiplicación del poder proveniente del desarrollo científico ha aumentado con la bomba atómica la fragilidad del planeta, la multiplicación de la información ha creado la propaganda a gran escala, y la multiplicación del conocimiento genético puede aumentar la fragilidad de la vida tal como la conocemos.

Rita no llega a esta conclusión por la filosofía  sino por otros dos caminos diferentes. El primero, como no podía ser menos, es científico: la constatación de que la probada evolución del cerebro humano, sus mutaciones a través de los siglos, son fruto de su imperfección inicial. Un reflejo de esta imperfección es asimismo su lento proceso de aprendizaje, en nada comparable al del resto de los seres vivos. Los insectos, por ejemplo, poseyeron desde la aparición del primer ejemplar, un minúsculo cerebro, que se reveló tan apto para adaptarse al medio, que quedó fuera del juego caprichoso de las mutaciones. No sucede así con el hombre, cuyo progresivo aumento del cerebro y el espectacular desarrollo de sus capacidades intelectuales, fruto de sucesivas mutaciones, es producto de una evolución que las últimas investigaciones han descrito como inarmónica.

Y es que la evolución de los elementos cerebrales conocidos como neocorticales, responsables del raciocinio, han tenido en el hombre una evolución mucho mayor que la de los elementos cerebrales conocidos como paleocorticales, o de forma más genérica como lóbulo límbico, que es el responsable de las emociones. Quizá la causa sea debida, según Rita, a que el circuito de la emoción desempeña un papel fundamental para la supervivencia del individuo y de la especie, ya que ahí residen los instintos de violencia necesarios para la defensa, por lo que se han mantenido más constantes desde los inicios.

El segundo camino es el de su propia experiencia en la investigación científica, en la que reconoce una actividad tortuosa y con frecuencia imperfecta, con la que, sin embargo consiguió abrir una nueva vía en el conocimiento del cerebro humano. El ser humano necesita desarrollar la paciencia y la humildad en el desarrollo de sus actividades porque sólo así, dado que somos seres imperfectos, se pueden alcanzar logros importantes, pasos hacia adelante en la evolución humana. Hay que olvidar el orgullo de querer ser como dioses, de pretender construir la Torre de Babel y extraer de nuestra naturaleza imperfecta los valores que nos hagan enfrentarnos a las dificultadas: la humildad, la constancia, el compromiso y la valentía.


María Zambrano, siguiendo la larga tradición filosófica ya reseñada, y concretamente la de su maestro Ortega, parte en sus reflexiones antropológicas de este concepto de la imperfección de la naturaleza humana. El hombre, en palabras de Ortega, es un ser inacabado, al que se le da la vida, pero no el ser que debe ir conquistando en brega con una circunstancia en muchas ocasiones hostil, cuando no se presenta como oscuridad enigma y confusión, especialmente si hemos nacido en un momento de crisis cultural, en el que fallan las creencias que nos sostienen.

Como en muchas otras ocasiones Zambrano parte de las ideas de su maestro, para abismarlas en el interior del hombre. No es sólo la circunstancia externa, y nuestra dependencia de ella, la causa de nuestra imperfección. Para Zambrano la indigencia es ontológica porque pertenece a la misma naturaleza humana: el hombre es imperfecto porque es un ser que aspira a la perfección, aunque nunca la logre, porque siempre desea más de lo que tiene; por ello, el fracaso forma parte de su naturaleza.

Si para Rita el fenómeno del totalitarismo, que ambas mujeres vivieron en carne propia, ancla sus raíces en la permanencia en el hombre de un lóbulo límbico primitivo, que conserva la violencia de los inicios de la vida del hombre en la tierra, Para Zambrano, el fenómeno halla su explicación en la incapacidad del ser racional, para tratar con aquellos deseos profundos que provienen del mundo del alma y de las emociones, y que se encuentran en barbecho por falta de desarrollo. El hombre es sí un ser imperfecto pero tiene dentro de sí el anhelo de la perfección, porque cuenta con la experiencia de lo absoluto. Cuando el hombre pretende trasladar esta experiencia íntima a la historia y a lo social surge la perversión del totalitarismo, la idea de crear una sociedad perfecta, ya sea basada en la raza, ya sea en las relaciones económicas, pasando por encima del ser humano de carne y hueso. La vieja aspiración del hombre de ser como un dios.

Si la solución de Rita es el recurso a una razón ética, basada en una educación permanente, también lo es para Zambrano; pero de una razón que tenga en cuenta las razones del sentir y ayude a desarrollar esa zona límbica del cerebro, en barbecho después de siglos de olvido y de subdesarrollo.

Las distintas opciones tienen sin duda su razón de ser; pero lo que es importante es que inician desde disciplinas hoy tan distantes como la ciencia y la filosofía, un debate que ojalá sea tenido en cuenta.

Presentación de la conferenciante ( a la derecha) en el IES Legio VII de León.

La aportación de las mujeres al enriquecimiento del mundo. Por María Luisa Maillard. Parte II

( continuación )




Vamos ahora a reproducir, basándonos en los puntos en común entre estas dos fantásticas mujeres, algunos fragmentos de un diálogo ficticio, extraído de un pequeño acto teatral, que escribí hace algún tiempo.

Rita Levi: (levanta los ojos del microscopio) y reflexiona en voz alta.
Felizmente el mundo ha cambiado. Cuando yo era niña no se admitía la inteligencia femenina, y se dejaba a la mujer en la sombra, cuando muchos hallazgos científicos atribuidos a los hombres los hicieron sus hermanas, esposas e hijas; pero hoy, hay ya más mujeres que hombres en la investigación científica. No hay por ello que olvidar el pasado para no repetir sus errores. ¡Somos las herederas de Hipatia de Alejandría y aún nos queda mucho por Hacer! En África, ese gran continente olvidado, las mujeres no tienen el bien de la educación y el conocimiento, y en muchos lugares sufren la violencia del varón.
Habla una niña africana
Soy una adolescente de 12 años y vivo en Camerún. En invierno mi madre se afana buscando leña. En verano mi madre se afana por el agua. Todo el año se afana por el arroz. El nombre de mi madre es afán.
Entra en escena María Zambrano
Yo no he dedicado mi vida a la ciencia, como tú Rita,  sino a la filosofía, y sería largo de explicar por qué los hombres  han negado, y niegan aún en muchos puntos del planeta, el ser a la mujer. Durante siglos las mujeres en Occidente han vagado en los linderos de lo humano sin lograr un ser propio. Sólo en su dependencia al varón la mujer lograba ser y sentido; pero los hombres han estado equivocados. El pensamiento no tiene género y, si lo tiene, es neutro, por más allá y no por más acá de la diferencia entre hombre y mujer. Así lo siento yo de forma espontánea. Nunca he sentido que el pensamiento fuera masculino. Yo no he podido hacer otra cosa en mi vida que tener la paciencia sin límites de vivir pensando; aunque reconozco que me he quedado a mitad de camino, he ido hasta donde he podido llegar. El pensamiento ha de ser humilde, aceptando, eso sí, la verdad, nos lleve donde nos lleve.
Rita Levi.
Yo también he hecho lo que he podido. No he dejado de investigar el cerebro, esa galaxia fascinante, a lo largo de toda mi vida. Mira, María, acércate a este microscopio. ¿No ves la galaxia? ¿Esos miles de de millones de células, agrupadas en poblaciones diferentes y encerradas en redes aparentemente confusas? ¡Falta tanto por conocer! ¿Sabes María? El hecho de que esta actividad imperfecta, que ha ocupado mi vida, haya sido y siga siendo para mí fuente inagotable de placer, me hace pensar que la imperfección está más acorde con la naturaleza humana que la perfección. Pero no es sólo una apreciación personal, la ciencia lo refrenda. El cerebro del mosquito no ha evolucionado en 2000 años porque se encuentra perfectamente adecuado a su medio; no así el cerebro del hombre, cuya imperfección inicial lo ha hecho evolucionar.
Zambrano. 
Tienes razón, Rita, mucha razón. La perfección humana, convertiría al hombre en un animal, despojado de libertad y de esperanza; pero creo que no hay que olvidar que el ideal de perfección se encuentra en el corazón del hombre, es, no sé, como una especie de avidez que a veces nos consume, un anhelo que es como la respiración del alma. ¿No crees que hay que saber tratar con esa avidez que se presenta como un vacío? Yo creo que ese vacío es metafísico, y que si pretendemos llenarlo en la realidad, forzándola para que se ajuste a nuestra idea de perfección, aparece la utopía, el absolutismo y con él, el  ídolo, esa máscara vacía que siempre necesita víctimas.
Rita 
¡El ídolo y sus víctimas! Esa ha sido nuestra historia más reciente. Los que hemos vivido la guerra tenemos aún ante nuestros ojos la imagen de las filas interminables de las juventudes hitlerianas dispuestas al sacrificio propio y al sacrificio de los otros por seguir ciegamente a un líder. ¡Escucha María! ¿No oyes las pisadas? ¿Ese rugido atronador? ¡Es la guerra que vuelve!
Zambrano. 
¡Cálmate Rita! Sí, eran sonidos de guerra; pero no la nuestra, la que nosotros vivimos. Es otra de las muchas guerras que, aún hoy, asolan el planeta.

Rita. 
Todas las guerras son una sola guerra, María.
Zambrano.
Sí, tienes razón, Rita, todas las guerras son una sola guerra. Yo nunca he dejado de pensar en la guerra, en la existencia cierta de una historia sacrificial en Occidente, en el mundo entero, diría. Nunca he dejado de pensar en ese momento en que el corazón del hombre se cierra como una montaña y surge el deseo de matar.
Rita. 
Yo tampoco he podido dejar de pensar en el fanatismo. Los científicos no tenemos el monopolio de la sabiduría; pero estamos obligados a pensar moralmente. ¡Distinguir entre el bien y el mal es el más alto grado de la evolución darwiniana.
Zambrano 
Pero para eso, Rita, hay que tener una idea del hombre
Rita 
Tienes razón, María. Yo creo que he comprendido algo a través de mi estudio del cerebro. Su zona izquierda, donde residen las capacidades emotivas está mucho menos desarrollada que la zona derecha, donde residen nuestras capacidades racionales. Pienso que es precisamente en esa zona poco desarrollada donde nacen el fanatismo y la guerra, porque aún conserva la agresividad del hombre primitivo guiado por un feroz instinto de supervivencia.
Zambrano 
¡Qué interesante¡ Rita, pero ¿no piensas que quizá ha contribuido a ese escaso desarrollo de la zona izquierda de nuestro cerebro, el hecho de que el pensamiento occidental se haya olvidado de desarrollar un saber sobre el alma, capaz de lograr un orden en nuestro interior?
Rita 
Yo creo que es el pensamiento racional el que nos puede salvar del fanatismo. Somos el homo sapiens y debemos utilizar nuestro desarrollo racional para buscar la fraternidad entre los hombres.
Zambrano 
Estoy de acuerdo; pero creo que tiene que ser una razón que tenga en cuenta el sentir. Aparte de por el camino de la ciencia, el hombre tiene capacidad para captar al realidad a través de vislumbres e intuiciones. Tú acabas de decir que nuestra naturaleza es imperfecta, en lo que estoy de acuerdo, pero la mejor forma de asumir nuestra imperfección es mediante esos saberes del alma que son la humildad, la esperanza y la capacidad de aceptar lo diferente a nosotros. Eso siempre lo ha sabido hacer la poesía. La poesía siempre ha sido vivir según la carne.
Habla la poesía 
Qué cansados los hombres de seguir siendo hombres!, de mirarse en espejos
de saberse esqueletos, de esperar a ser muertos,
de temerse deformes,
de matar y engendrar,
¡Qué cansados los hombres de ser hombres!
¡Qué cansado está todo de ser nada!
De soñar con ser algo y no ser nada.
¡Qué cansado está todo de ser lodo!
¡Qué cansado está todo!
Y qué ansias de alba tiene el polvo,
Qué ansias de ser alba,
Qué ardores de ser oro tiene todo. (Alfonsa de la Torre)


Rita 
¿Cómo el hombre, pudiendo crear cosas bellas se arroja en brazos de la destrucción?
Zambrano 
Es un momento de oscuridad. La palabra ya no es viviente. La historia se ha convertido en un lugar indiferente donde cualquier acontecimiento puede tener la misma vigencia de un Dios absoluto que no admite la más mínima discusión.
Rita 
Pero no hay que perder la esperanza. Hay que luchar. Mi cerebro tiene más de un siglo, pero no conoce la senilidad. El cuerpo se me arruga, ¡es inevitable!, pero no el cerebro. Aunque mueran neuronas, las restantes se reorganizan para mantener las mismas funciones, ¡pero para ello conviene estimularlas. Si mantenemos nuestro cerebro activo, si nos ocupamos de problemas universales y no sólo de nosotros mismos, nunca se degenerará. La clave es mantener curiosidades, empeños, pasiones, acciones altruistas y no olvidar que el mayor grado de la evolución arwiniana es saber distinguir el bien del mal. 

FIN
María Luisa Maillard 
Presidenta de AMMU




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