martes, 27 de agosto de 2019

Nuestro Cineforum de Agosto





EL AMOR BAJO EL ESPINO BLANCO

Fue nuestra película de agosto. Todo un éxito de público y de elección. Nos reunimos en casa de nuestra generosa socia

 Eloísa Sánchez Amillategui.




Dirección: Zhang Yimou
Intérpretes: Zhou Dongyu, Dou Shawn, Xi Meijuan, Li Xuejian
Producción: China, 2010, basada en la novela del mismo título de Ai Mi
En 2011 recibió el Hong Kong Film Award a la mejor película asiática, el Premio del Cine Asiático al artista revelación y al mejor montaje.
 Zhou Dongyu obtuvo el premio a la mejor actriz en el Festival de Valladolid.
Zhang Yimou, nacido en 1951 e hijo de un soldado de Chan Kai Chek, padeció en sus propias carnes el maoísmo ya que tenía 17 o 18 años en los años 70, cuando abandonó su hogar y sus es­tudios para ser reeducado en una granja de trabajo, en la que permaneció diez años, como operario textil. Como muchos otros zhiqing (joven instruido), fue enviado al campo a apren­der y allí entró en contacto con la china profun­da, tradicional, ajena a los centros de poder y en cierta for­ma más libre.
En 1978, con 27 años, pudo retomar sus estudios e ini­ció su formación cinematográfica. Yimou, y los que con él forman parte de la célebre Quinta Generación -los graduados en la academia de cine de Beiijing en tor­no a 1982: Chen Kaige, Tian Zhuangzhuang, Ning Ying, Li Shaohong– fueron los primeros en conseguir hacer cine fuera de la producción cinematográfica estatal, abandonando el cine de consignas.
La Quinta Generación comenzó a usar el cine como me­dio de revisión de la Historia y lo hacían desde la his­toria menor de la gente, en plano corto, sin perder de vista a los personajes. Su lugar geográfico es en el ám­bito rural y su modo de filmar es subjetivo, individualista. Emplean todavía la alegoría, el símbolo y la me­táfora y son absolutamente esteticistas, alejándose de la épica patriótica colectiva.
El camino que Yimou y su generación han tenido que recorrer hasta conseguir hacer cine independiente en China no ha sido sencillo, por eso hacen enrojecer las acusaciones que se escuchan con frecuencia en occi­dente donde unas veces se le premia y otras se le acu­sa de colaboracionista.
Los más felices momentos de Yimou debieron ser los años de su reeducación en el campo durante la Re­volución Cultural (1966-1978) porque, aunque el panorama no fuera inicialmente ten­tador, la ca­pacidad de adaptación en la juventud es grande y la vida al aire li­bre tiene buenas alternativas que ofrecer: su forma de filmar la naturaleza no es preciosismo gratuito.
Fue censurado en su país, dirigió la ceremonia de las olimpiadas de Pekin y en los últimos años parece ser uno de los valores que empuja el nuevo régimen.
En el país del Politburó, el que se abre a un cierto capitalismo mientras se agarra a un cierto maoísmo, contar una historia de amor prohibido en la China de los campos de trabajo, de la reeducación, de la persecución del capitalismo hasta la cárcel o la muerte, tiene mucho de provocación. Y, sin embargo, los jerarcas políticos parecen haberse quedado con la preciosidad de historia que se cuenta, con su simbolismo, con su sencilla poética, con su grandeza disfrazada de rutina. Aquí, además, se puede elucubrar con la política. De modo que la película, con una estructura que fluye como un río a base de capítulos unidos por clásicos fundidos a negro, tiene valor doble: el de la delicadeza y el del coraje.
Entendemos que lo que Yi­mou cuenta en sus películas tiene mucho de recuer­do personal: la huella indeleble del amor iniciático  en­marcado por una naturaleza exuberante, solo eso  jus­tifica la idealización -no exenta de crítica política- de la china rural, que el realizador muestra en bastantes de sus películas.
El mejor Yimou, el grande, es el poeta y Yimou es poe­ta en el campo. Sus filmes rurales: Sorgo rojo, Qiu ju, una mujer china, El camino a casa, Amor bajo el es­pino blanco, Ni uno menos son prácticamente un género propio en su filmografía.
Le bastan los pequeños gestos de los que se componen el amor, la bondad o el heroísmo reiterados con un sentido del ritmo perfecto, que busca de­liberadamente la simplicidad narrativa. La historia que nos cuenta es mínima, cotidiana pero cargadas de emoción.
En Yi­mou el paisaje sustenta la narración de tal forma que sin paisaje no habría historia, la íntima conexión del pai­saje y el relato es subyugadora: dos pequeñas trenzas correteando arriba y abajo de prados en flor confi­gu­ran el hilo argumental de El camino a casa, no hay mu­cho más que eso.
Yimou aprecia en el alma femenina esa valerosa tozudez, el em­peño irracional lleno de amor y de fortaleza que las con­vierte en delicadas heroínas.
Las virtudes campesinas y la alabanza a una forma de vida respetuosa con los valores tradicionales son pro­bablemente lo que produce esa impresión de soplo de aire fresco, de ventana abierta que llama tanto la aten­ción y que hace que sus películas sean archipremiadas en todos los circuitos de festivales europeos y ame­ricanos.
El cuidado y la composición fotográfica ha sido otra cons­tante estética de su cine, su temprana maestría le viene a Yimou de su experiencia como fotógrafo y di­bujante y de que antes de director fue operador de cá­mara. Utiliza los títulos para contar la parte de acción que no cuenta y, a pesar de todo, la narración es fluida. La música también es bellísima y los actores, sobresalientes.
A partir de 2002, la filmografía del realizador chino da un giro y lamentablemente sufre un descenso. Yi­mou sale de sus habituales narraciones y comienza a ex­plorar otros géneros, su deseo de no estancarse en un tipo de cine es manifiesto.
Por eso en 2010 la crítica acogió con entusiasmo Amor bajo el espino blanco, a la que se calificó de resu­rrección porque es una vuelta al al Yimou incial, al poeta donde lo importante no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta.
Después de ver la película se habló del amor juvenil, la sangre que hierve y esa ternura hasta extremos que alguien podrá considerar cursilería, de la misma manera que su final, triste y rociado con gases lacrimógenos, habrá quien no lo considere conmovedor y sí sensiblero. El espino blanco es el símbolo de la pasión entre ellos.
Llamó la atención la delicadeza del trazo, la serenidad de la puesta en escena, el hálito poético de las imágenes que dan cuenta del éxtasis amoroso: los baños en el río, los paseos por el campo, esa mano que tímidamente se aproxima a la del acompañante, etcétera.
La tremenda presión que recibe la chica de parte de su familia y de los profesores: sin una recomendación favorable no la dejaran ser profesora asistente y así poder ayudar a su madre.
La prohibición estricta de la madre de salir con chicos y la supervisión continua por parte del vecindario: ellos deben reprimir su amor en la esperanza de que algún día se les permita vivirlo.
El chico, sin embargo, proviene de buena familia, aunque la madre se ha suicidado por capitalista – y uno no deja de pensar si el suicidio fue tal o impostado. Por desgracia, no se nos darán más detalles sobre este escalofriante marco de una época convulsa que los protagonistas parecen aceptar como incuestionable.
Recuerda la cinta, en cierta manera a la época dorada de Hollywood. La La excepcional belleza de los dos protagonistas, especialmente Shawn Dou, quien recuerda al joven George Clooney sobre todo en las escenas del río nos traen a la memoria el clásico de George Stevens “Un lugar bajo el sol” con Elizabeth Taylor y Montgomery Clift.


¿Echamos de menos la época de Hollywood cuando estaba prohibido mostrar el sexo explícito pero las cintas estaban llenas de sensualidad y deseo?

 Hong Kong Film Award














Texto Eloísa Sánchez Amillategui


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