EL AMOR BAJO EL ESPINO BLANCO
Fue nuestra película de agosto. Todo un éxito de público y de elección. Nos reunimos en casa de nuestra generosa socia
Eloísa Sánchez Amillategui.
Dirección:
Zhang Yimou
Intérpretes: Zhou Dongyu, Dou Shawn, Xi Meijuan, Li Xuejian
Producción: China, 2010, basada en la novela del mismo título de Ai Mi
En 2011 recibió el Hong Kong Film Award a la mejor película asiática, el Premio
del Cine Asiático al artista revelación y al mejor montaje.
Zhou
Dongyu obtuvo el premio a la mejor actriz en el Festival de Valladolid.
Zhang Yimou, nacido en
1951 e hijo de un soldado de Chan Kai Chek, padeció en sus propias carnes el maoísmo
ya que tenía 17 o 18 años en los años 70, cuando abandonó su hogar y sus estudios
para ser reeducado en una granja de trabajo, en la que permaneció diez años,
como operario textil. Como muchos otros zhiqing (joven instruido), fue enviado
al campo a aprender y allí entró en contacto con la china profunda,
tradicional, ajena a los centros de poder y en cierta forma más libre.
En 1978, con 27 años,
pudo retomar sus estudios e inició su formación cinematográfica. Yimou, y
los que con él forman parte de la célebre Quinta Generación -los
graduados en la academia de cine de Beiijing en torno a 1982: Chen
Kaige, Tian Zhuangzhuang, Ning Ying, Li Shaohong– fueron los
primeros en conseguir hacer cine fuera de la producción cinematográfica
estatal, abandonando el cine de consignas.
La Quinta Generación
comenzó a usar el cine como medio de revisión de la Historia y lo hacían desde
la historia menor de la gente, en plano corto, sin perder de vista a los
personajes. Su lugar geográfico es en el ámbito rural y su modo de filmar es
subjetivo, individualista. Emplean todavía la alegoría, el símbolo y la metáfora
y son absolutamente esteticistas, alejándose de la épica patriótica colectiva.
El camino
que Yimou y su generación han tenido que recorrer hasta conseguir hacer
cine independiente en China no ha sido sencillo, por eso hacen enrojecer las
acusaciones que se escuchan con frecuencia en occidente donde unas veces se le
premia y otras se le acusa de colaboracionista.
Los más felices momentos
de Yimou debieron ser los años de su reeducación en el campo durante
la Revolución Cultural (1966-1978) porque, aunque el panorama no fuera
inicialmente tentador, la capacidad de adaptación en la juventud es grande y
la vida al aire libre tiene buenas alternativas que ofrecer: su forma de
filmar la naturaleza no es preciosismo gratuito.
Fue censurado en su país,
dirigió la ceremonia de las olimpiadas de Pekin y en los últimos años parece
ser uno de los valores que empuja el nuevo régimen.
En el país del Politburó,
el que se abre a un cierto capitalismo mientras se agarra a un cierto maoísmo,
contar una historia de amor prohibido en la China de los campos de trabajo, de
la reeducación, de la persecución del capitalismo hasta la cárcel o la muerte,
tiene mucho de provocación. Y, sin embargo, los jerarcas políticos parecen
haberse quedado con la preciosidad de historia que se cuenta, con su
simbolismo, con su sencilla poética, con su grandeza disfrazada de rutina.
Aquí, además, se puede elucubrar con la política. De modo que la película, con
una estructura que fluye como un río a base de capítulos unidos por clásicos
fundidos a negro, tiene valor doble: el de la delicadeza y el del coraje.
Entendemos que lo
que Yimou cuenta en sus películas tiene mucho de recuerdo personal:
la huella indeleble del amor iniciático enmarcado por una naturaleza
exuberante, solo eso justifica la idealización -no exenta de crítica
política- de la china rural, que el realizador muestra en bastantes de sus
películas.
El mejor Yimou, el
grande, es el poeta y Yimou es poeta en el campo. Sus filmes
rurales: Sorgo rojo, Qiu ju, una mujer china, El camino a
casa, Amor bajo el espino blanco, Ni uno menos son
prácticamente un género propio en su filmografía.
Le bastan los pequeños
gestos de los que se componen el amor, la bondad o el heroísmo reiterados con
un sentido del ritmo perfecto, que busca deliberadamente la simplicidad
narrativa. La historia que nos cuenta es mínima, cotidiana pero cargadas de
emoción.
En Yimou el
paisaje sustenta la narración de tal forma que sin paisaje no habría historia,
la íntima conexión del paisaje y el relato es subyugadora: dos pequeñas
trenzas correteando arriba y abajo de prados en flor configuran el hilo
argumental de El camino a casa, no hay mucho más que eso.
Yimou aprecia en el
alma femenina esa valerosa tozudez, el empeño irracional lleno de amor y de
fortaleza que las convierte en delicadas heroínas.
Las virtudes campesinas y
la alabanza a una forma de vida respetuosa con los valores tradicionales son
probablemente lo que produce esa impresión de soplo de aire fresco, de ventana
abierta que llama tanto la atención y que hace que sus películas sean
archipremiadas en todos los circuitos de festivales europeos y americanos.
El cuidado y la composición
fotográfica ha sido otra constante estética de su cine, su temprana maestría
le viene a Yimou de su experiencia como fotógrafo y dibujante y de
que antes de director fue operador de cámara. Utiliza los títulos para contar
la parte de acción que no cuenta y, a pesar de todo, la narración es fluida. La
música también es bellísima y los actores, sobresalientes.
A partir de 2002, la
filmografía del realizador chino da un giro y lamentablemente sufre un
descenso. Yimou sale de sus habituales narraciones y comienza a explorar
otros géneros, su deseo de no estancarse en un tipo de cine es manifiesto.
Por eso en 2010 la
crítica acogió con entusiasmo Amor bajo el espino blanco, a la que se
calificó de resurrección porque es una vuelta al al Yimou incial, al
poeta donde lo importante no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta.
Después de ver la
película se habló del amor juvenil, la sangre que hierve y esa ternura hasta
extremos que alguien podrá considerar cursilería, de la misma manera que su
final, triste y rociado con gases lacrimógenos, habrá quien no lo considere
conmovedor y sí sensiblero. El espino blanco es el símbolo de la pasión entre
ellos.
Llamó la atención la
delicadeza del trazo, la serenidad de la puesta en escena, el hálito poético de
las imágenes que dan cuenta del éxtasis amoroso: los baños en el río, los
paseos por el campo, esa mano que tímidamente se aproxima a la del acompañante,
etcétera.
La tremenda presión que
recibe la chica de parte de su familia y de los profesores: sin una
recomendación favorable no la dejaran ser profesora asistente y así poder
ayudar a su madre.
La prohibición estricta
de la madre de salir con chicos y la supervisión continua por parte del
vecindario: ellos deben reprimir su amor en la esperanza de que algún día se
les permita vivirlo.
El chico, sin embargo,
proviene de buena familia, aunque la madre se ha suicidado por capitalista – y
uno no deja de pensar si el suicidio fue tal o impostado. Por desgracia, no se
nos darán más detalles sobre este escalofriante marco de una época convulsa que
los protagonistas parecen aceptar como incuestionable.
Recuerda la cinta, en
cierta manera a la época dorada de Hollywood. La La excepcional belleza de
los dos protagonistas, especialmente Shawn Dou, quien recuerda al joven George
Clooney sobre todo en las escenas del río nos traen a la memoria el clásico de
George Stevens “Un lugar bajo el sol” con Elizabeth Taylor y Montgomery Clift.
Intérpretes: Zhou Dongyu, Dou Shawn, Xi Meijuan, Li Xuejian
Producción: China, 2010, basada en la novela del mismo título de Ai Mi
En 2011 recibió el Hong Kong Film Award a la mejor película asiática, el Premio del Cine Asiático al artista revelación y al mejor montaje.
¿Echamos de menos la
época de Hollywood cuando estaba prohibido mostrar el sexo explícito pero las
cintas estaban llenas de sensualidad y deseo?
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