EN EL RECUERDO
DR. ANTONIO JIMÉNEZ MILLAN (1954-2025)
Sara Rodríguez Mata, profesora de Lengua y Literatura del IES Cilniana.
Los profesores no se escogen, te los asignan y casi siempre toca resignarse a su docencia porque también en la enseñanza la hierba crece mejor y más verde en el jardín vecino. Sin embargo, mi hermana Lydia y yo tuvimos la oportunidad de escoger el magisterio de Antonio Jiménez Millán cuando estábamos en la universidad, ella estudiando Filología Hispánica y yo, Comunicación Audiovisual.
Nos llamaba la atención su figura solitaria y melancólica, acompañada en su andar por el humo de un cigarro, mientras atravesaba las calles y pasillos descubiertos que componían la facultad de Letras de la Universidad de Málaga. Sabíamos que era poeta y ya habíamos empezado a leerlo gracias a Ventanas sobre el bosque, Premio Rey Juan Carlos de Poesía de Marbella, que, probablemente, nos descubrió nuestro querido Miguelón (Miguel Rodríguez), vate autodidacta y lector voraz que complementaba nuestra formación cultural y literaria con todas sus recomendaciones y libros. Las hermanas gemelas comenzaron a colarse en sus clases, como polizones de la literatura que pronto serían descubiertos. Nacía una amistad que se fue gestando lentamente, con distancia, admiración y respeto, a lo largo de más de un cuarto de siglo. A mi hermana Lydia le correspondió, además, el privilegio de contar con su dirección de tesis y me consta que aprendió del maestro y de la persona.
Supongo que hablar bien de alguien cuando muere es fácil y esperable, pero en el caso de Jiménez Millán es complicado porque era una persona buena y generosa en el sentido machadiano del término, algo que demostró desde el primer momento hasta el último suspiro.
Es imposible borrar de la memoria el día de primavera que irrumpió en la cafetería de la facultad, buscándonos para avisarnos de que nos traía unos libros (más de medio centenar). Aquel fue uno de los primeros legados de tantos que fue dándonos en vida y que ahora extraigo de mis estanterías con la esperanza de volver a descubrir el fulgor de aquellos días a través de una caligrafía esmerada y tranquila, alejada del nervio con el que se despachan las dedicatorias masivas e impersonales.
Nunca son demasiadas las conferencias, las presentaciones, las declamaciones, los actos a los que acudimos a lo largo de este cuarto de siglo, sin importar la distancia. Tanto que su esposa, Olga Ruiz, acabó nombrándonos su club de fans.
Hace unos años hablamos sobre la oportunidad de grabar un documental sobre su figura. Habíamos arrancado un proyecto con el director Miguel Ángel Nieto Solís y estábamos ilusionados moviendo documentación. Quería corresponder y demostrarle lo importante y necesaria que era su obra en estos tiempos de fría incertidumbre, pero la burocracia y la financiación acabaron lastrando la producción. Había que sacar primero la de otra poeta malagueña, María Victoria Atencia.
Hace justo dos semanas Lydia habló con él por última vez. Sabíamos que se estaba recuperando de una neumonía y, aunque había sufrido una recaída de la enfermedad que padecía, se mostraba esperanzado con el tratamiento que le aplicarían. Ahora, tras el fatal desenlace, cuestiono su tranquilizador mensaje. Es probable que hubiera asumido su derrota en esa partida de ajedrez contra la Muerte, de ahí su urgente preocupación por firmar el embargo de tesis que Lydia le había solicitado y que llegó a cumplimentar unos días antes de fallecer.
El sábado varios centenares de amigos y representantes del mundo de la cultura nos reunimos en Málaga para despedirlo. El tiempo nos dio tregua y nos abrazó un cielo tibio que calentó el aire de la tarde. El párroco que ofició el funeral comentó cómo lo había encontrado los días previos, con paz y sosiego, conocedor de su circunstancia. Su gran amigo, Francisco Díaz de Castro, leyó uno de los últimos poemas manuscritos durante su ingreso hospitalario la tarde del 5 de enero. Estos versos condensan su estética poética y su filosofía de vida: "Nunca busqué certezas, sí una clara conciencia de los límites/ Inútil lamentarse del estrago del tiempo y la vejez inhóspita, sí, ya se sabe/ Sin dramas ni delirios impostados, la vida es invisible a cierta edad".
Ahora toca sobreponerse a la fuerza de la ausencia, agarrados a la lectura de su obra y al recuerdo de su palabra de poeta y su incondicional afecto. Tu huella perdurará en el tiempo. Hasta siempre, querido Antonio.
Sara Rodríguez Mata, profesora de Lengua y Literatura del IES Cilniana.
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