Hoy 27 de noviembre , es el Día del Maestro.Si alguna profesión se merece un homenaje desde luego es esta.Normalmente mal pagado , maltratado por la Administración y hoy en día en plena crisis de autoridad con los padres.
Me ha encantado este artículo enviado por una socia en la que Albert Camus recuerda a su maestro.El eterno rebelde encontró el primer germen de genialidad y ánimo en su maestro.El texto es del Cultural del País y lo escribe Manuel Vicent.
1. El maestro de escuela y aquel niño
Albert Camus
dedicó el discurso del Premio Nobel, en Estocolmo, a su maestro de
escuela primaria, el señor Germain, y después de la ceremonia le
escribió una carta muy emotiva para expresarle cuánto le debía de ese
honor que acababa de recibir. “Sin usted, sin la mano afectuosa que
tendió al niño pobre que era yo, no hubiera sucedido nada de esto… Sus
esfuerzos, el corazón generoso que usted puso en ello, continuarán
siempre vivos en uno de aquellos escolares, que pese a los años no ha
dejado de ser su alumno agradecido”. Aquel maestro de primaria se había
empeñado en que un alumno lleno de talento, que se llamaba Albert Camus,
estudiara el bachillerato; lo había preparado a conciencia, había
vencido la reticencia de aquella familia de toneleros que se negaba a
darle estudios porque necesitaba que el chaval llevara dinero a casa; el
maestro le acompañó en tranvía al examen de ingreso, esperó el
resultado sentado en un banco en la plaza del instituto y luego se
desvivió para que le concedieran una beca. Era un chico espabilado, hijo
de una madre sordomuda, de un padre muerto en la batalla de Verdun en
la I Guerra Mundial y que crecía en el barrio obrero de Bellcourt en
Argel, entre árabes pobres y franceses subalternos, al cuidado de una
abuela. El maestro señor Germain le contestó a la carta: “Creo conocer
bien al simpático hombrecillo que eras. El placer de estar en clase
resplandecía en toda tu persona. El éxito no se te ha subido a la
cabeza. Sigues siendo el mismo Camus”.
En cualquier tiempo, en cualquier lugar, hubo un niño superdotado que se encontró con un buen maestro como el señor Germain. Por los ventanales de la escuela de un pueblo perdido salía la cantinela de la tabla de multiplicar, con la lluvia en los cristales, según los versos de Machado. Tal vez el niño llegaba a la escuela municipal en invierno atravesando el campo a pie bajo la nevada y en el aula con un dedo lleno de sabañones señalaba en el atlas abierto mares e islas, que a buen seguro nunca podría navegar. O tal vez jugaba en un descampado en las afueras de la ciudad con otros golfillos si más horizonte que el de ser un perdedor el resto de su vida. En cualquier tiempo, en cualquier lugar, hubo un maestro de escuela que un día puso la mano en el hombro de ese niño e hizo todo lo posible para que su talento no se desperdiciara. Convenció a los padres, pobres y analfabetos, de que su hijo debía estudiar y lo preparó personalmente para el ingreso en el instituto.
Hoy es un famoso arquitecto. Tiene 59 años. Ha levantado edificios en Brasil y en Singapur. En el álbum de fotos que contempla ahora junto con sus tres nietos aparece la imagen de un niño muy bien peinado con la raya partida, sonriente, con chaqueta y corbata al lado de un hombre mayor que le pone la mano en el hombro. Los nietos le preguntan quién es ese señor desconocido. Fue la foto que se hizo en el parque el día que aprobó el ingreso en el bachillerato. Todos los éxitos que ha tenido este arquitecto en la vida proceden de aquella mañana en que su destino tomó el sendero apropiado. En la escuela del pueblo quedaron otros compañeros que no pudieron estudiar y que hoy juegan al tute en el hogar del jubilado con gorra y jersey de pico. En el descampado del barrio marginal de la ciudad siguen hoy otros chavales jugando como perros sin collar a merced de la fortuna.
Era un día de junio. El niño se levantó temprano. Su madre le lavó la
cara y el pelo con jabón en una palancana en el corral, le fregó la
roña de las rodillas con un estropajo, le ayudó a vestirse con los
pantalones cortos, la chaqueta, la camisa blanca y la corbata, todo
nuevo, estrenado para el caso. El padre se despidió de su hijo sin
palabras antes de ir al campo a trabajar de jornalero. El maestro
acompañó a este niño en el tren hasta la ciudad. En el vestíbulo del
instituto lo dejó en medio de la ruidosa algarabía de otros niños que
eran vástagos de la burguesía ciudadana. El niño se sentó por primera
vez en un pupitre y esperó las preguntas del examinador. Lengua,
historia, geografía, matemáticas. A la salida del examen el maestro de
escuela se lo llevó a tomar un bocadillo y un refresco a un aguaducho
del parque. Allí posaron juntos para una foto del pajarito con palomas a
los pies. El arquitecto repasa el álbum y recuerda a sus nietos que
aquel día fue el más feliz de su vida. El maestro se llamaba don Manuel y
ya hace mucho tiempo que ha muerto.
En cualquier tiempo, en cualquier lugar, hubo un niño superdotado que se encontró con un buen maestro como el señor Germain. Por los ventanales de la escuela de un pueblo perdido salía la cantinela de la tabla de multiplicar, con la lluvia en los cristales, según los versos de Machado. Tal vez el niño llegaba a la escuela municipal en invierno atravesando el campo a pie bajo la nevada y en el aula con un dedo lleno de sabañones señalaba en el atlas abierto mares e islas, que a buen seguro nunca podría navegar. O tal vez jugaba en un descampado en las afueras de la ciudad con otros golfillos si más horizonte que el de ser un perdedor el resto de su vida. En cualquier tiempo, en cualquier lugar, hubo un maestro de escuela que un día puso la mano en el hombro de ese niño e hizo todo lo posible para que su talento no se desperdiciara. Convenció a los padres, pobres y analfabetos, de que su hijo debía estudiar y lo preparó personalmente para el ingreso en el instituto.
Hoy es un famoso arquitecto. Tiene 59 años. Ha levantado edificios en Brasil y en Singapur. En el álbum de fotos que contempla ahora junto con sus tres nietos aparece la imagen de un niño muy bien peinado con la raya partida, sonriente, con chaqueta y corbata al lado de un hombre mayor que le pone la mano en el hombro. Los nietos le preguntan quién es ese señor desconocido. Fue la foto que se hizo en el parque el día que aprobó el ingreso en el bachillerato. Todos los éxitos que ha tenido este arquitecto en la vida proceden de aquella mañana en que su destino tomó el sendero apropiado. En la escuela del pueblo quedaron otros compañeros que no pudieron estudiar y que hoy juegan al tute en el hogar del jubilado con gorra y jersey de pico. En el descampado del barrio marginal de la ciudad siguen hoy otros chavales jugando como perros sin collar a merced de la fortuna.
En cualquier tiempo, hubo un niño superdotado que se encontró con un buen maestro como el señor Germain
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