En estos días hemos releído esta “nouvelle” de la escritora francesa, nacida en Ucrania y asesinada en Auschwitz en 1942. Y si algo hemos redescubierto con placer es la genialidad en la inmersión psicológica de los personajes, la forma minimalista que usa para crearlos y lo mucho que se puede contar en tan poco cuando los diálogos, las pausas, las palabras significan lo que parecen y además conforman un todo que es más que la suma de las partes por lo que todas las asistentes a la Tertulia Literaria de la Asociación de Mujeres Universitarias de Marbella en este mes de Febrero hemos disfrutado, sufrido y vivido con intensidad esta gran historia por otra parte tan exportable a cualquier tiempo y lugar.
En 96 páginas Irène dialoga sobre la movilidad social en una época en que los nobles no tienen dinero porque los títulos y las mansiones no se comen, donde la burguesía, enriquecida como consecuencia de la Revolución Industrial, pretende trepar socialmente usando las ruinas de la antigua sociedad a los imita, les compra los títulos, creando situaciones patéticas, en cierto modo, porque son nuevos ricos y creen más en el precio de las cosas que en su valor artístico o sofisticado, demostrando su falta de fundamento de educación elitista. Con estas premisas, esta pequeña novela da vida a una mujer que se ha casado con su jefe, un judío bancario que deviene en acaudalado por un vaivén de las cosas de la bolsa. Estas especulaciones surgieron tras la Primera Guerra Mundial y finalmente desembocaron en el Crac del 29 en Estados Unidos y conmovió a todo el mundo occidental. La mujer, que llegó a pensar que el inútil de su marido nunca la sacaría de la mediocridad de la clase media, se convierte en una señora con mansión en un distrito propio de las clases altas. Pero he aquí que ni las clases altas son nobles, que los que lo son están arruinados por las propias exigencias de sus propiedades y forma de vida, que un judío puede ser marqués porque ha comprado el título y que pecadillos morales y financieros no se tienen tanto en cuenta como el volumen de la cuenta bancaria. Con ese ambiente hipócrita, nuestra Sra. Kampf quiere ser vista en sociedad, admirada por su belleza, su cabello rubio teñido, su dinero, sus joyas, su dispendio decorativo y organiza un baile para dejar a todos con la boca abierta, incluso a una prima que es profesora de música, para que cuente a sus antiguos familiares y vecinos lo que ha visto, para que se mueran de envidia.
Como observadora minuciosa de la sociedad, la autora se centra en la situación de los judíos de los Pogromos, de los huidos de las fauces de Stalin, en la Europa del Este y de su difícil integración en sociedades como la francesa. Algunos son ricos o saben hacer dinero, pero son diferentes, y desean ser aceptados porque es una necesidad humana, y son capaces de crear situaciones vergonzosas para conseguirlo, el ridículo, la impostación, la imitación, cualquier esfuerzo necesario para ser en otro.
Por otra parte, la autora acomete el tema de las relaciones madres-hijas a través de sus sentimientos más biográficos. En una narración con notorios rasgos personales, Nemirovski construye un personaje materno lleno de egoísmos, necesidades de reconocimiento social, de diversión y coqueteo para sentirse hermosa, deseada o envidiada con una postura evidentemente dramática. Pero encuentran en la hija, en su presencia, en su crecimiento como mujer, en su propio deseo de reconocimiento social, un verdadero obstáculo al que pretende recluir para no presenciarlo ni que sea presenciado. “Ahora es mi momento”, le dice a una hija adolescente con ganas de abrirse al mundo de los adultos. La madre no gestiona bien las frustraciones, siempre ha deseado lo que no tenía, culpa a los que tiene cerca y descarga su ira sobre ellos, es una persona dolorida pero muy tóxica.
En realidad, el personaje principal es la hija, una adolescente de la que la autora puede exponer sus pensamientos y acciones porque la obra está construida con un narrador omnisciente que lo ve todo. Así, de forma eficacísima, entre diálogos y narraciones sabemos lo que siente la niña al ser desposeída de la posibilidad de asistir al baile de entrada de su familia a la sociedad, y de la esperanza de su propio baile de puesta de largo al cumplir los quince, su madre no está dispuesta ni a asumir la responsabilidad de una hija casadera ni a cederle protagonismo. Observamos, desde nuestro balcón de empatía hacia la adolescente, a la privación de afectos y a las exigencias que la nueva posición impone, como levantarse cuando su madre entre en la habitación y a la perplejidad ante lo snob del matrimonio que empiezan a tratarse de usted en un incoherente acto de hipocresía que impregna a toda la familia y a la clase donde se pretende incursionar. Y es que todo es poco para crear distancia de sus orígenes.
La autora de la novela póstuma “Suite Francesa”, despliega en “El Baile” sus capacidades para crear el personaje de la madre obsesionado en todos los detalles de la fiesta, en la elección de invitados, de viandas, vinos, en la previsión del tratamiento a personas que no conoce “le llamaremos querido marqués…”, un apego a la apariencia, un exceso que al lector provoca distintas emociones, un rechazo tremendo ante la exposición exterior, ante la creación del grupo artificial, impostado, con el objetivo de crear una imagen que además no les representa si hablamos con honestidad. Pero, además, Némirovski puede hacernos profundizar en ese sentimiento tan doloroso que provoca la necesidad de ser reconocido socialmente y más aún si pretendemos ser reconocidos por quien no nos reconoce, el dolor es tan perturbador y a la vez tan absurdo como el propio ser humano.
El personaje de la niña es también muy interesante, es sin duda el centro, la protagonista. Antoinette, a la que le han escatimado los afectos y que probablemente se sintiera culpable de no haberlos merecido, por cuestiones del tiempo, entra en la adolescencia y comienza a cortar el cordón umbilical, ya la madre no es el centro, el centro empieza a ser ella misma y se desarrolla en ella una natural pulsión sexual y otra que tiene que ver con la destrucción, la propia o la ajena, una pulsión de muerte. Y siente que su madre se comporta de una forma cruel, injusta, no hay nada que enerve más a un adolescente que la injusticia, y comienza a pensar por ella misma, y comienza a tener descargas hormonales que le hacen creer, como a todo adolescente, que todo es posible. Por eso, es capaz de realizar la acción que lleva al desenlace final y que a ella le trae un beneficio inmediato, un abrazo materno que refuerza su aprendizaje como persona. ¿Es así como se consiguen las cosas?, ¿En qué momento alguien puede convertirse en un manipulador a conveniencia?, ¿En qué momento alguien puede aprender que un mal gesto puede traer beneficios? Miedo nos da. Esto sí que convierte a “El Baile” en un cuento de terror, la sonrisa malvada de la chica al ser abrazada por su madre es un presagio, ¿dónde está el límite?
“El Baile” nos deja muchas reflexiones como la causalidad, la relación causa-efecto, la importancia de los detalles y de las acciones porque todo lo que hagamos tendrá un efecto, una causa produce un efecto. Algo ocasionó la inseguridad, la inmadurez, la necesidad de notoriedad social de la madre, su actitud poco cariñosa y empática con la hija, y eso provocó la acción de la hija; y las consecuencias de su acción, la reafirmación en que la mandad tiene recompensas, una verdadera locura de consecuencias difíciles de parar. Quizás queda una esperanza que el padre, tan pusilánime y maltratado por la patología de la esposa afirma en una reflexión “Al final, para avanzar en la vida hay que seguir el Evangelio”, no sé exactamente a qué parte de los Evangelios se refiere, pero creo que amar a los demás, orar-reflexionar-meditar, confesarse, mirarse y cuestionarse como modo de conocerse y proponerse cambiar, no mentir, no robar, ni matar, ni hacer infeliz a otros, puede mejorar mucho la experiencia vital, tanto si la fuente es el Evangelio como si es la moral aprendida.
Esta obra es una joya por su contenido y por su forma, una sencillez tan calculada que consigue ingresar en el alma de los personajes a través de un lenguaje común y de unos diálogos contundentes, que dicen poco pero agudo. Con una forma sibilinamente sintética, de ritmo trepidante, impresionista, a manchas, a pinceladas, con una pequeñez grandiosa. Esta obra habla de temas de todos los tiempos, de los pecados capitales que dañan hacia afuera y hacia adentro, de la ridiculez de los nuevos ricos en su trastorno social y emocional y de esa relación tan difícil como se quiera hacer de madres e hijas. Como buena obra que nos hurga por dentro, nos deja con cierto desasosiego, nos mira y nos hace mirar, dentro y a nuestro alrededor, nos hace sentir lo que sienten los personajes, más aún cuando está concebida como un drama escrito quizás alegremente. Los comienzos y finales de los capítulos son deliciosos.
Irène Nemirovski fue conocida por su crítica a los judíos, su familia lo era y ella se hizo católica, a pesar de todo los Nazis la mataron por su sangre judía. Es posible que como reacción a su madre con la que mantenía una difícil relación, Irène pusiera en tela de juicio las tradiciones e incoherencias de la cultura semita. Sin embargo esta obra es un claro ejemplo de la Ley del Talión que vertebra el judaísmo , ojo por ojo y diente por diente, es por lo que se justifica la venganza de la hija y como dice el catolicismo, al final todos tuertos. Irène no recurre al perdón que sería lo propio del catolicismo, un hecho definitorio si tenemos en cuenta que esta obra es una especie de venganza personal hacia su madre.